Vestidas de negro van las viejas a misa de 12
En la vieja costumbre de los pueblos, las viudas permanecían de luto desde la muerte del marido hasta su propia muerte, no importa ni la buena o mala vida de casados, un luto llevado por fuera. Vi a las viejas como si no las hubiera visto nunca, en este viaje a casa que estoy haciendo, un recorrido cangrejo, y me sentí como Gabriel, el personaje de Los muertos de Joyce, sintiéndose un extraño en su propia casa. De repente ya no eran solo las viudas con su luto, sino la misma música estridente que salía de distintas radios, tan atronadora en su volumen como si oírla bajito fuera de mala costumbre, la misma idea repetida en varios escenarios porque todo, en Medellín se repite: los restaurantes que reducen la oferta gastronómica al sancocho y a los frijoles, el café aguado de un termo encendido desde las 6 A.M., el aguardiente sin medida y sempiterno como aliados de Freddy Malins, nosotros tenemos atrofiado el medidor.
Los muertos de Joyce sucede en navidad y yo me siento una superviviente. Sobreviví al escándalo de diciembre, al ruido de la pólvora, a los altavoces en plena calle, como si no supiéramos vivir las cosas para adentro, como si necesitáramos mostrar la tristeza por la pérdida del marido más allá de las fronteras de la casa, usar un traje negro para mostrar el dolor, la pérdida del marido, somos una sociedad hacia afuera, tan silvestres como la vegetación, tan sobresaturada de todo, tan verde y escandalosa, tan imposible ante lo mínimo, tan diferentes de Gretta que carga su dolor a escondidas del marido hasta que se le nota, el silencio se vuelve insoportable y la delata. «Nadie es eterno en el mundo» decía una de las canciones que suenan en Navidad.
Comida Familiar
Dedicado a la tía Teresa y a la mamita Inés.
Recuerdo una extraña comida familiar en la que vino mi tía monja, a la que apenas dejaban salir del convento y veíamos una vez al año, si tenía suerte, ese día también vino mi abuelita que estaba llena de manías y dichos de pueblo.
Cuando sirvieron la comida, un pollo con papas y cosas así, mi abuela recitó su frase típica: «el pollo y el marrano se comen con la mano» y empezó a comer y a chupar su presa, mientras al otro lado de la mesa, mi tía con un cuchillo y un tenedor rebanaba hasta con mucho cuidado un contramuslo, muy concentrada en no manchar su hábito.
Mis padres venían de esos dos mundos e intentaban hacer de mí una señorita de sociedad, hasta que me vieron coger el pollo con la mano y se dieron cuenta de que se había ido al diablo sus esfuerzos de tener una hija en los brazos de dios.
15 MINUTOS CON GLORIA
Estaba viendo un partido de fútbol en un televisor de esos cuadrados y gordos en un bar muy cerca de mi casa, sobre todo por las cervezas y por pelearme con ese mexicano engreído que había conocido hacía poco, luego terminó cayéndome bien porque se hizo profesor de universidad y tengo una debilidad por ellos así sean unos idiotas.
Del fútbol lo que siempre me ha gustado es la compañía, esas personas con las que persigues ese balón con la mirada. Ese es mi Tinder sin conexión a internet. El resultado es lo de menos, lo importante es hacer match, aunque por lo general, mi resultado siempre es 0-2 en mi contra.
Era un partido del mundial de fútbol de Corea y Japón, que así escenificaban ante el mundo el perdón mutuo después de todas las atrocidades del pueblo nipón hacia sus vecinos. Yo, acababa de pedir una cerveza y ya me estaba preparando para discutir con Mario, cuando entró un hombre de pelo muy largo y se hizo al fondo de la barra. Wow. Mario se rio e hizo como que me limpiaba las babas. Me quedé sin mucho más qué decir, ya no quería fingir que estaba interesada en los pelotudos del balón, ahora tenía mucho interés en saber quién era ese tipo que acababa de entrar, y por supuesto, como hacemos las señoritas, hacemos como que no nos interesa. Pedro, arquitecto, 30 años, soltero y no fue al bar para ver el partido. Fue a tomarse unas cervezas y tal vez, no lo sé, a intentar algo con la camarera del bar, allí todos lo intentamos, y ella, en algún momento, a todos nos daba nuestros 15 minutos de Gloria. Llevamos veinte años juntos, y no sé si tuvo su fama momentánea.
Claudia Jaramillo es cofundadora y Editora Adjunta de Revista Perro Negro en Madrid. No sabemos si ella esté de acuerdo con su descripción, de madre, poeta, cronista y diseñadora. Y en ese orden. Sus poemarios Todo lo que cabe en un puño y Al margen de las cosas pueden adquirirse ya en formato digital en nuestra tienda o en Google Books