La pandemia que azotó el mundo durante los últimos años fue creando innumerables historias, esta es la de un grupo de amigos que se juntan en un bar de esa icónica ciudad española para contar esos años de aislamiento y de anhelos


The lyf so short, the craft so long to lerne.

Geoffrey Chaucer

Por la mañana del 10 de mayo del 2023, subimos al tren en Flaça, viajábamos a la estación de Francia en Barcelona. Compramos los billetes en la ventanilla del cajero, donde la boletera (mujer que vende boletos) escondida detrás de un vidrio nos atendió con un malhumor bordeando en antipatía. 

Calculamos llegar a Barcelona al mediodía y encontrarnos con amigos que no habíamos visto desde que la covid 19 nos aisló, encerrándonos alrededor del miedo al comienzo del 2020.

Cuando Serena me dijo que iríamos a almorzar en el barrio de San Pere a la Candela, imaginé un restaurant cubano donde comería arroz con plátano frito, mientras tanto en mi cabeza resonaba la voz de Ibrahim Ferrer cantando Ay Candela!            

Ay candela, candela, candela, me quemo aé.
Ay candela, candela, candela, me quemo aé.

También voy a descansar

    Y el gato en su buen bailar

   Bailaba un danzón liviano

    El ratón se subió al guano

Serena, adivinando que estaba cantando dijo.

—No te olvides de cantarle a Candela la de Barracas.

—Esa es Soledad la de Barracas.

         El tren llegaría a su destino media hora más tarde porque paraba en todas las estaciones. Yo leía El Decamerón de Bocaccio y pensaba cuanto habría gozado él narrando estas historias de alegrías y amores descontrolados.

Nos sentamos en frente de dos mujeres, que nos recibieron con sonrisas mientras sus piernas se apretaban contra sus asientos para que pudiésemos acomodarnos.

Serena se sentó del lado de la ventanilla enfrente de la senegalesa que miraba su iPhone ininterrumpidamente, yo del lado del pasillo del vagón y delante de mí había una catalana lánguida que jugaba con los anillos de oro que adornaban sus dedos.

Bajamos en la Estación de Francia, caminamos hasta el Paseo del Borne y de ahí nos perdimos en Barcelona rumbo al Restaurante Candela.

Cuando llegamos al bar nuestros amigos, Lorena, Hécate y Jamie nos esperaban. El reencuentro después de más de dos años de ausencias agitó nuestros corazones que estallaron de felicidad, nos perdimos en abrazos y besos.

Las canción de Ay Candela! que estuve murmurando en el camino pensando en cuba se diluyó porque la fonda era de origen peruano con mozos  argentinos y ecuatorianos.

Jamie hablo con uno de los camareros, tratando de conseguir una mesa en la terraza debajo de los árboles, pero como estaban todas ocupadas, tuvimos que ir adentro del local donde la música con ritmo de salsa era infernal.

Una vez sentados a la mesa todos hablamos al mismo tiempo hasta que Hécate con un gesto nos hizo prestarle atención.

—Escuchen, paren este cotorreo —dijo para hacernos callar. Su voz se apagó y susurrando nos contó.

         —La semana pasada declararon a mi madre muerta.

—¿Qué? Preguntamos todos al mismo tiempo.

–Le cerraron la cuenta de banco, la enfermera no vino a cuidarla. La abandonaron a su suerte y yo no me entere hasta el día siguiente que fui a visitarla.

         —No.

—Sí. La pobre tiene alzhéimer.

Incrédulos a lo que escuchábamos, Hécate continuo 

—Algún distraído la asesino apretando una tecla de la computadora del hospital que la atendían y la declararon muerta. 

—Muerte virtual —dije sarcásticamente.

—Es un chiste de mal gusto.

—Sin certificado de defunción no pueden confirmar la muerte de nadie.

— Has ido a la policía a denunciar que está viva.   

—Sí, pero el mozo de escuadra que tenía un humor de perro en ese momento me miró como si yo estaba loca y venía a hacerle perder el tiempo.

          —¿y?

         —Dijo que él no podía hacer nada que mejor vaya al médico de cabecera de mi madre y pida un certificado de vida.

         —¿Fuiste? 

         —Sí y el gilipollas, solo podía darme un certificado de defunción que si quería un certificado de vida debía ir a un notario para que él atestiguara.

         —Entonces.

         —Debo ir mañana con mi madre al notario. A buscar un certificado de Fe de Vida y encima pagarle los honorarios para que me diga que mi madre está viva.

—No te creo. Parece una película de humor negro.

En medio de los brindis y los ataques de comprensión, Larisa nos contó como se fue de México City una semana antes que la pandemia nos condenara al encierro 

—Aterrizé en el Prat y me fui al Ampurdán a la casa que heredé de mí abuela.

Pase los dos últimos años como esos reos que anotan con una marca los días que van pasando sobre la pared de la prisión tratando de entretener al tiempo que se deslizaba entre la lectura, la limpieza y un aislamiento que me enfermaba.

Sola en esa casa de piedras con las comodidades de antes de la guerra civil y con la única obligación de preservar por 10 años el living exactamente como mi abuelo lo había dejado sin mover ni siquiera el polvo que se iba acumulando sobre las vitrinas de caoba, encima de la mesa, los retratos de mis abuelos y sobre el piso de mosaicos del Ampurdán el polvo se había transformado en una pelusa repulsiva que al a caminar sobre ella me erizaba la piel.

—¿Qué hacías en tu destierro catalán, por Dios?  Preguntó Hécate

—Por las noches soñaba que mis tetas crecían. Durante el día la soledad amiga de la curiosidad me hizo investigar cómo podía hacerlas crecer.  Sabía que una operación de cirugía plástica sería lo más simple, pero era demasiado cobarde para exponerme al peligro de que algo saliese mal.

Noté que, en nuestro siglo de Tarot a la carta, futurólogos capaces de leer tu porvenir, de astrólogos masones y medicastros que inventan brebajes mágicos capaces de curar cualquier tipo de enfermedad invadían la web con sus incoherencias fantásticas…

Recordando una de esas tardes del Ampurdán donde los colores del atardecer parecían a los de un huevo frito. Me acordé que durante un tiempo en el verano del 2016 tuve un novio sueco entre brujo y estúpido que me convenció que él con sus poderes mágicos podría ayudarme.

—El poder de la palabra. Me dijo con la seriedad que suelen tener los suecos.

Después de varios días de vivir entre las sábanas gozando de nuestra sexualidad como jóvenes estudiantes, decidió que había llegado el momento de conversar con mis lolas y se pasó dos semanas mirando mis pezones como si quisiera hipnotizarlos.  Les hablaba en sueco así que yo no me enteré qué les decía y mis pechos tampoco.

Enojada con el fracaso del vikingo lo borré de mi vida. Pero antes de irse me dejo un mantra que yo debía repetir 10 veces por día si quería acrecentar mis pechos. Así fue como por las mañanas de este exilio recordando el mantra me paraba frente el espejo del dormitorio con las manos abiertas sobre mis tetas,  acariciándolas y moviendo mis brazos hacia adelante y átras recitaba.

I must I must

Increase

My bust.

Luego de una semana de practicar diez veces al día el mantra comprobé que no habían crecido.

—¿Para quién querías desarrollarlas? Preguntó Serena.

—Por qué no le ponías un aro de oro con una perla colgada a los pezones? —Aunque no se inflaran serían por lo menos divertidas. —dije yo.

—Para mí, las tetas son el símbolo de la feminidad.

—Uf, suenas como tú abuela.

Fue imposible contener nuestras risas. Lorena molesta de nuestra reacción continuó.

—Uno de esos días de crisis decidí investigar en el internet sobre las virtudes de las infusiones, para mis propósitos, concluí que hay dos tipos de té que me parecieron apropiados.

—¿Apropiados?

—Si una hierba tailandesa llamada Puerina Mirifica y otra de vaya a saber de dónde Saw Palmetto ambas consiguen aumentar el tamaño del busto porque disminuyen los niveles de testosterona.

—¿Dónde compraste estas hierbas mágicas?

—En una herboristería que tiene una página en la web.

—¿Entonces?

—Entonces, organicé una ceremonia del té a la japonesa,

—¿Con todo el ritual? Preguntó Hécate irónicamente.

—Sí, busque en Wikipedia el Arte del té que explica el Wabi.

Cada sesión me llevaba media hora y lo hice tres veces por día. Después de dos semanas nada había cambiado en mis senos. Hasta que furiosa de los resultados negativos metí todo el té que me sobraba en una bolsa de plástico y lo tiré a la basura.

Esto de vivir en el perpetuo fracaso no es para mí. 

—¿Y?

—Insistí, encontré dos recetas en una revista del corazón, para hacer cremas caseras para el desarrollo “intensivo y dinámico”, según la propaganda que adornaba las páginas.

         Aunque la frustración cambió mi humor, continué en la búsqueda, decidí usar la crema casera de huevo en la teta de la derecha, licué un pepino que lo mezclé con una yema de huevo y una cucharada de crema de coco.

Una vez obtenida una pasta consistente la aplique sobre el pecho derecho. Lo manoseé con inmenso placer. Deje que la poción mágica actuara durante una hora y luego lo enjuagué. 

Serena intervino preguntándose que genero son las lolas, tetas y mamas.

—¿Femenino?  pechos, senos y bustos: ¿masculinos?

—No me importa, si quieren las llamo loles, tetes, mames, peches, senes y bustes.

Reímos como el coro de una tragedia griega.

—Para la teta izquierda la receta era aún más increíble.

Batí una clara de huevo hasta crear una espuma burbujeante, con la mano derecha la fregué sobre el seno gozando aún más que con el otro, después de media hora

la enjuagué con jugo de cebollas y agua fría.

Jamie  aplaudiendo preguntó —¿Hubo resultado?

Lorena contestó —Sí, hubo, pero no el que yo esperaba.

—Se te achicaron.

—No, resulta que la teta izquierda creció, pero la derecha no, nada se mantuvo como siempre pequeña sin comprender que su hermana melliza dio un estirón…

—Probaste aplicarle a la de la derecha la crema burbujeante? Preguntamos.

—Sí, sin exito.

Todos miramos con interés el escote de Larisa tratando de averiguar las diferencias.

Jamie nos informó con gestos y palabras que la noche oscura de la pandemia había resucitado los fantasmas de su ayer y que él quería enterrarlos.

Por lo tanto, guardaría un silencio ensordecedor de sus aventuras con el Covid 19

Serena no pudo contenerse —Qué aburrido eres. Pareces un tiquismiquis.

Comíamos y bebíamos mientras el ritmo de salsa en la Candela nos sacudía las entrañas y las orejas temblaban de odio. Hasta que conseguimos ir a tomar el café a la terraza.

Serena les contó de como habían descubierto mi cáncer en un hospital de Sydney y nuestro eventual viaje a Londres, donde me operaron de urgencia, después de una convalecencia de varios meses me atacaron con quimioterapia, y fui curado a cuchillazos y drogas.

Durante ese tiempo nos encerramos en casa de una prima y por las tardes veíamos películas de Poirot, documentales, y las noticias de la pandemia que desde el mercado de Wuhan infectaba a todo el mundo dejando los cadáveres apilados en los asilos de ancianos, hospitales y las calles de Madrid, Londres, Paris… 

Vimos al imbécil de Trump recomendando tomar lavandina para matar las bacterias asesinas. Lo escuchamos despotricar discursos incoherentes:

China has 1.4 billion people, we have 325 – probably 325 million approximately nobody can give the exact count, we’re trying to get an exact count but you have, over the years, many illegals who have come into the country, so it depends on how you want to count it.

La furia que me producía sus labios retorcidos me hizo arrojarle un zapato a la pantalla del televisor.

—Por suerte tiene mala puntería. Dijo Serena.

  La boca del presidente se contorsionaba estirando los labios como si fuera la de un pescado otras, veces su boca parecía un culo parlante.

Hécate intervino

—Pensar que los anglo-sajones se creen un regalo de dios a la humanidad.

—¿Dios? Durante la pandemia, ¿qué hizo?

—A los euro-americanos les donó Trump y a los brexiteros Johnson.

—¿Quién es más peligroso? preguntó Lorena —Un imbécil o un mentiroso

—Peligrosos los dos, el imbécil ni se entera que es imbécil, mientras que el mentiroso es un mitómano trastornado que miente, miente y es incapaz de distinguir entre una fiesta y trabajar.

Estuvimos durante un año caminando alrededor de Gloucester Park en el oeste de Londres, y ahora aquí estamos.

Hécate miró su reloj y levantándose de la silla anunció.

—Bueno debo irme a resucitar a mi madre.

Jafre, España 2023.


Mario Flecha is a writer, art critic and former editor of the art magazine Untitled. Puedes comprar sus libros here. He currently divides his time between England and Spain.