Por Paloma Zozaya Gorostiza

Horror y violencia a pesar de estar íntimamente ligados -sin esta no existiría aquel- son dos fenómenos muy diferentes de nuestra cultura. El horror, por ejemplo, tiene sus raíces en los mitos folclóricos y ha sido asimilado de manera masiva en la literatura y el cine. La violencia es algo un poco más mundano, insidioso, amorfo y hasta prosaico. ¿Será por eso que las sensibilidades de los lectores están tan entorpecidas por la violencia que se vive a diario, que para conmover a la audiencia hay que remplazarla con el horror?


‘A copy of the universe is not what is required of art; 
one of the damned thing is enough’
(Una copia del universo no es lo que se requiere del arte; 
una sola de esta cosa maldita es suficiente)
Rebecca West


Llego a la cúspide de mi vida con más interrogantes que afirmaciones. Teniendo pocas certezas, atesoro las que tengo y me he vuelto selectiva, quisquillosa dirán algunos. Algo que tengo claro es lo que quiero en mi vida y lo que no; cuál es el alimento que elijo para mi cuerpo, mi espíritu, mi mente. ¿Qué amistades quiero frecuentar, cuáles películas quiero ver, qué libros quiero leer?

Hay una corriente literaria muy de moda que evito, pero, como fenómeno, me llama la atención: la literatura truculenta. No pretendo hacer una crítica de algún autor en particular sino más bien un ejercicio en tratar de comprender esta tendencia. Siempre estoy atenta a lo que escriben las nuevas autoras latino americanas en nuestro continente, estupendas escritoras, sin duda, pero cuyas historias reflejan realidades crudas, de una manera gráfica, con escenas que como quien es testigo de algún accidente, quisiera luego poder borrar de mi mente, sin lograrlo. Y me pregunto, ¿es que escriben así porque son producto de una sociedad truculenta? ¿O será que las sensibilidades de los lectores están tan entorpecidas por la violencia que se vive a diario, que para conmover a la audiencia hay que superar al horror con más horror? Para crueldad insufrible, los periódicos me bastan:

Cerca de 800 efectivos decomisaron 2.5 toneladas de marihuana, 20 kg de cocaína, 4kg de metanfetaminas, un lanzacohetes, 5 granadas, 57 armas, más de mil cartuchos y 1.5 millones de pesos (equivalente a 75,000 dólares). Sin embargo, lo más impactante de la operación fue registrar un altar satánico con restos humanos, de animales y otros amuletos… El Secretario de Seguridad Ciudadana, señaló que se trataba de 42 cráneos bañados en sangre, 40 mandíbulas, 31 huesos largos y un feto dentro de un frasco

Este párrafo bien podría salir de la imaginación truculenta de algún novelista de nuestros tiempos, pero no, se trata de hechos reales sucedidos en la Ciudad de México en octubre de 2019. Podría añadir al tono surrealista, el hecho de que, a las pocas semanas, los 27 miembros de la Unión Tepito― el cartel que aterroriza a la Ciudad de México― detenidos, habían sido puestos en libertad por el juez, ¿la razón? La policía no siguió los procedimientos de detención debidamente.  

A mi modo de ver, el arte puede ser un vehículo que impulsa el cambio, el vuelo; un vehículo que abre horizontes nuevos; o que, al contrario, de una buena vez, irrevocablemente, nos lanza a los infiernos que se ciernen bajo nuestros pies.  A mi modo de ver la función del arte, de la poesía en todas sus manifestaciones, debe ser la de destilar la realidad así transformándola en esencia noble capaz de tocar el alma; de dignificar la naturaleza humana. Por lo tanto, el trabajo del artista, del autor, del poeta, debe ser como la labor de un apasionado alquimista. La función del arte, a mi muy personal modo de ver, no es la de ser una vil copia de la realidad, o debo decir, de la realidad vil. 

De manera insuperable, a mi juicio, Dice José Gorostiza en sus Notas Sobre Poesía: “La poesía no es esencial al sonido, al color o la forma, así como la luz no lo es a los objetos que ilumina; sin embargo, cuando incide en una obra de arte… enseguida se advierte su presencia por la nitidez y como sobrenatural transparencia que les infunde…”
El arte que me interesa es el que, hablando verdades, busca otras realidades posibles. Realidad y verdad son dos cosas distintas, me explico: realidad es que México, mi país, sufre hambre, violencia extrema de todos tipos; la verdad es que todos los seres humanos tenemos derecho a vivir sin hambre y sin miedo. 
‘La verdad es revolucionaria, la realidad es antirrevolucionaria’ (El Grifo, México, 1969/70)*

La realidad sin filtros, de los miserables del planeta, resulta siempre un rico y colorido tema para el trabajo literario, pero ¿cómo hacerlo sin caer en la pornografía de la violencia? Sin arte que diga verdades, en el caso más desafortunado, esta literatura podría resultar hasta una forma de voyerismo y de explotación. El arte destila, no imita, el arte captura la esencia de lo que se quiere decir y trasciende la realidad transformándola en un símbolo capaz de provocar un cambio. Extraer la verdad de la realidad cruda, creo que ese es el reto.
En la sociedad actual, adicta a la adrenalina, se buscan las emociones fuertes, que aceleren nuestro pulso con palabras magistrales en frases larguísimas sin puntos, capaces de provocar en el lector ese vértigo, esa hipnosis, un calorcito similar al de la piedra de crack, donde se concentran los alcaloides de la coca, y para los cuales existen en nuestro organismo un sinfín de receptores. Estimular nuestras pobres sobre explotadas, glándulas adrenales, es la misma función que cumple la gran mayoría de las películas en cartelera hoy en día. Vivimos una adicción colectiva a las INAS: la cocaína, la cafeína, la adrenalina… Todas substancias cuyo efecto es atarnos miserablemente a los instintos más primitivos de nuestra especie, impidiendonos el vuelo y la cercanía a nuestra más pura y elevada naturaleza. Con ellas muere toda aspiración a una existencia más noble, a otra realidad posible. 

Con todo esto no es mi intención hacer menos al género de horror. Una de las grandes novelas de la literatura universal, ilustra perfectamente lo que quiero decir: Frankenstein de Mary Shelley, pertenece a este género, pero su fuerza yace en que, sin copiar la realidad, refleja, magnificándola, la tragedia del ser humano que, en su afán de igualarse con la fuerza creadora, lo que algunos llaman Dios, engendra su propia destrucción. La obra de Mary Shelley al ilustrar una verdad, es visionaria, y es esto lo que la ha hecho perdurar a través del tiempo. En este caso es posible que, como lectores, al presenciar una verdad humana de tal forma destilada y magnificada por el arte, suceda una toma de conciencia, haciéndonos comprender que hay otra realidad posible. 
 
Para concluir, me refiero a la ficción. Así que para todas y todos aquellos que han tenido el valor de dar testimonio del sufrimiento inimaginable en sus memorias, no tengo más que admiración y respeto. 

*El Grifo: personaje de Conejo Blanco, puesta en escena mexicana de Alicia en el país de
 las maravillas.
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Paloma Zozoya Gorostiza es médica homeópata, bloguera y escritora. Reside en las afueras de Londres, ciudad a la que llegó hace más de cuatro décadas. Ha hecho diversas labores culturales en la capital británica, entre ellas la presentación y promoción de poesía chicana. Su novela Redención ha sido publicada por Victorina Press bajo el seudónimo Paloma Zoy. Su versión en inglés, titulada Harutu Woman (Mujer blanca), también será publicada por Victorina Press en septiembre del 2021.  Para leer su blog, pulsa aquí