Por Gustavo García

¿Qué tienen en común un expresidente colombiano con más de 270 investigaciones penales en su contra, El Rey Alfonso X «el Sabio», Enrique II de Inglaterra, el Emperador Romano Augusto y el poeta Ovidio, autor de Las Metamorfosis?

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El expresidente colombiano Álvaro Uribe Velez cuenta con dos reyes y un faraón entre sus ancestros, en concreto estos serían: Alfonso X ‘el Sabio’ (1221-1284), rey de Castilla, León y Galicia, también Enrique II (1122 – 1189), rey de Inglaterra y además Akenatón, faraón egipcio del decimotercer siglo A. de C. Esto nos lo informa la revista Semana al explicar que antes de fallecer en el 2011, el genealogista colombiano Ivan Restrepo Jaramillo pretendía “rastrear los ancestros del expresidente hasta la era antes de Cristo”. 

Esta noticia nos llega pocos meses después de la detención domiciliaria del ex mandatario mientras se investigaba por los delitos de soborno a testigo y fraude electoral. Lo que sí es cierto es que Uribe ha pasado de ser un presidente con un alto índice de popularidad a una figura divisiva cuyos seguidores y opositores se tildan los unos a otros de «mamertos» y «uribestias». 

Si bien es cierto que la desconfianza generalizada no es una virtud, el escepticismo mesurado es la clave del método científico que nos ha premiado con tantos avances tecnológicos y científicos. Por lo tanto, dudar de la veracidad de esta ‘noticia’ no debería resultar en acusaciones de «mamerto» y creerla tampoco es el campo exclusivo de los «uribestias». Se entiende que existan dudas debido a que esta ‘noticia’ parece ser una maniobra propagandística para legitimar y rescatar el nombre de un personaje que hasta hace poco tenía más de 270 investigaciones en su contra. De hecho, precisamente una semana antes de publicarse este informe, la Fiscalía General presentó una solicitud para que la Justicia archive el expediente de las investigaciones contra Uribe. Esta ‘noticia’ convenientemente sirve para desviar el discurso nacional hacia la historia antigua en vez de enfocarse sobre el presente. 

Que un líder político use los medios de comunicación para legitimar su poder rebuscando parentesco con antepasados ilustres – o inclusive con los dioses – no es nada nuevo. El primer emperador romano, Octavio (63 A. de C. – 14 D.C) asumió el nombre y título de Augusto – léase ‘majestuoso’ o ‘venerable’ – para mejorar su propia imagen antes de iniciar una contundente campaña propagandística que aumentaba su propio prestigio mientras desacreditaba a su opositor político, Marco Antonio. Cuando muere Julio César – padre adoptivo de Augusto – lo convierten en un dios y en Las Metamorfosis, Ovidio lo deifica específicamente por haber sido padre de tan ilustre hijo. Ovidio explica que «de los logros de [Julio] César, ninguno es mayor que el haber engendrado a éste» es decir, Augusto. Es más, Augusto ennoblece a toda la raza al destacar a las deidades Venus y Marte como ancestros de los romanos y pone al gens Julia – nuevo linaje que comienza con Augusto – al centro de la nueva mitología nacional. 

Uribe ha pasado de ser un presidente con un alto índice de popularidad a una figura divisiva cuyos seguidores y opositores se tildan los unos a otros de «mamertos» y «uribestias». 

Antes de Ovidio, Virgilio ya había escrito La Eneida donde el héroe troyano, Eneas, visita a su padre en el inframundo en donde observa a todos sus futuros descendientes más prominentes; entre estos aparece «Augusto César, hijo del divo, que fundará los siglos de oro de nuevo». Horacio completa la propaganda en su epístola a Augusto dirigiéndose directamente al emperador para recordarle que él solo, a través de las armas, garantiza a Italia la seguridad, lo cual resulta bastante reminiscente de la seguridad militar de Uribe con respecto a las FARC. 

Horacio sigue, «…la adornas de buenas costumbres y la haces mejor con tus leyes… a ti te rendimos honores a tiempo, estando presente, y alzamos altares en los que por tu numen se jura, proclamando que jamás nada igual nacerá ni ha nacido». En resumidas cuentas, no fue Uribe quien se vinculó a un pasado noble sino los periodistas de la revista Semana; tampoco fue Augusto quien narró la historia de sus logros y orígenes divinos, sino aquel triunvirato de poetas sublimes. En esto se parecen, pero a no ser que el lector de este texto sea un pagano politeísta se supone que no hay duda de que Augusto era un mero hombre sin ningún rastro de divinidad. Sin embargo, ¿será verdadera la ‘noticia’ de Uribe? Tal vez sí.    

En el Reino Unido existe un programa televisivo de la BBC donde figuras públicas se someten a un proceso de investigación de su árbol genealógico para contar la historia de sus antepasados. En un capítulo del 2016 un actor londinense de origen humilde descubrió que era descendiente del rey Eduardo III de Inglaterra (1312 – 1377), lo cual resultó sorprendente para los televidentes británicos dada la obvia brecha colosal entre la realeza y el bajo estatus social de este señor. Sin embargo, lo sorprendente para el televidente profano no lo era para la comunidad científica pues los estadísticos y genetistas han argüido que si se retrocede lo suficiente en la historia, cada individuo entre un grupo determinado tiene un ancestro común. 

Según los genetistas, la teoría de la coalescencia describe cómo el número de descendientes de un monarca aumenta como función de la longitud del tiempo entre su muerte y el nacimiento de su descendiente – ¿Cuántos descendientes no habrá acumulado Akenatón en más de tres mil años? – De este modo afirman que al retroceder solo mil años, existe un conjunto numeroso de ancestros comunes para todos los europeos modernos. Según explican, el corolario de este último dato es que -literalmente- todos los europeos modernos descienden del emperador Carlomagno del Santo Imperio Romano (742 – 814). Si esto suena a ciencia ficción, en el documental hay una escena donde el actor entra a un bar atiborrado de descendientes de Eduardo III y es en ese momento que el televidente se entera de lo mundano, común y corriente que es ser descendiente de la realeza. Qué tan mundano o exclusivo sea gozar de una ascendencia real y faraónica no es el punto de esta ‘noticia’, la verdad es que existe un doble-beneficio para Uribe; más allá de distraer al pueblo sobre el reciente archivo del expediente de las numerosas investigaciones en su contra, esta ‘noticia’ también sirve para vincularlo con un pasado glorioso que compagina su imagen mancillada con un linaje noble. 

Según explican -literalmente- todos los europeos modernos descienden del emperador Carlomagno del Santo Imperio Romano

Saber manipular al cuarto poder para que esparza una narrativa conveniente es imperativo para cualquier político moderno; de hecho, en el decimosexto siglo, el florentino Nicolás Maquiavelo ya estaba describiendo cómo un ‘príncipe’ eficaz ejerce y mantiene el poder, «los hombres, en general, juzgan más con los ojos… Todos ven lo que parece ser, mas pocos saben lo que eres». Augusto se adelantó a Maquiavelo al convertirse en el primer emperador romano después de derrotar a Marco Antonio y encontrarse en la posición de poder reinar sobre toda la república, mas tuvo la inteligencia de aumentar sus poderes paulatinamente para no ostentar la ambición hacia la dictadura. 

Quizá en esto Uribe no ha sido tan sutil, casi veinte años después de que Uribe fuera elegido presidente por primera vez, sigue siendo una figura pública a quien se le sospecha de fuertes vínculos con el poder y el paramilitarismo. Cabe destacar que una ex Representante a la Cámara admitió corrupción en el cambio constitucional que permitió que Uribe fuera reelegido. También sabemos que, a pesar de esto, Uribe intentó postularse por tercera vez. Se sabe que primero fue elegido su Ministro de Defensa – aquí le salió el tiro por la culata – y que luego han habido dos candidatos uribistas, de los cuales uno ha sido exitoso. Augusto asumió el poder durante un período de turbulencia y guerra, empezó disimulando sus ambiciones políticas y luego desató una campaña propagandística para aferrarse al poder. Uribe asumió el poder durante un período de turbulencia y guerra, empezó disimulando sus ambiciones políticas y luego desató un proceso para aferrarse al poder. En palabras del crítico francés Alphonse Karr, «plus ça change, plus c’est la même chose», – entre más cambian las cosas, más siguen igual.

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Gustavo García reside en Londres, es profesor de lenguas y jefe de departamento. Es licenciado en Civilizaciones Clásicas de la Universidad de Leeds, con una Maestría en Educación. En la actualidad está traduciendo al inglés al filósofo colombiano Estanislao Zuleta. Es padre y, al igual que Eduardo Galeano, un futbolista frustrado.