Por Ricardo Sanín Restrepo

Este extracto de El cuerno de Gabriel, una novela del 2020, arguye que lo efímero y lo perecedero es lo único que realmente puede garantizar la existencia de la obra de arte para así crear la posibilidad de mostrarnos algo nuevo


«Pues bien, quiero allí también abordar el tema de la inmortalidad del arte como una idea religiosa y mediocre. Mi premisa, que les explicaré abajo es que la obra de arte solo es arte cuando no está en sí misma, cuando simplemente es la potencialidad de ser algo que aún no es y de abrirse a infinitas posibilidades de que otras cosas tampoco sean en sí mismas. La obra de arte no tiene ningún valor histórico o moral, la obra de arte solo tiene valor simbólico, es más, es solo un símbolo y como símbolo es fugaz y efímera.

Primero, quiero mostrar la imposibilidad de que alguien proclame que algo es arte y tire la cobija petrificante de las calificaciones encima de la potencialidad de crear; segundo, que, como todo, la única certeza sobre las cosas y las ideas es su destructibilidad. Así, todo lo que destruya la proclamación de su propia inmortalidad está en el camino de su fugacidad y abre la posibilidad de mostrarnos algo nuevo, de abrir sus matrices a una infinitud de posibilidades que ella misma no puede contener; ese y solo ese es el camino de un arte liberador de las formas y las cosas. Pero, especialmente quiero tratar la idea deforme que el arte es una cosa allá, separada de nosotros a la cual acudimos de vez en cuando, como un cajero automático, para tonificar otra mentira llamada cultura. Si el arte no es como el aire que respiramos mejor que no sea. Si el arte no nos hace vivir muchas vidas en un instante sin con ello invocar o retar la muerte, mejor que pierda su nombre radiante. El arte está en todo y escapa de la nada. El arte está en nuestra mirada cautiva o activa, está en nuestra interpretación que nunca se agota en sí misma, sino que se entreteje y se acrecienta con las de los otros, está en cada sabor y sonido. El arte es la inmanencia y la preciosa agonía de la vida. El arte está en la yema de los dedos y debajo de los párpados, entremezclado en la saliva, pulsando en la sangre y abriendo la piel a cada encuentro con el mundo.

Cuando alguien dice que las interpretaciones se agotaron, es el arte a quien quiere asesinar. La música no es ruido organizado; una detestable sirena de policía también es ruido organizado. La literatura no es un sentido ensamblado en el lenguaje; una nota de desahucio también lo es. Lo que diferencia una y otra es su multiplicidad, la infinitud de vidas que abre y provoca, pero también su destructibilidad, su efimeridad. Lo que diferencia la sirena y la nota de la música y la literatura es que las primeras solo parecen habitar su propio mundo de relacionalidad, se agotan en sí mismas, las segundas fundan su propio espacio de verificación que es inmanente y autónomo y sin embargo conviven con todo lo demás sin destruir nada, sin apropiarse de nada, solo viven y se reproducen al infinito. Pero, incluso la detestable sirena y la nota de desahucio están atravesando el ojo de la aguja del arte y así pueden ser ritmos portentosos y cuchillos afilados en manos de un artista sagaz, pueden entrar siempre dentro de una composición que las intensifique y catapulte a otros significados y otros mundos.

Es decir, no puede haber una predefinición de lo que es el arte y sus útiles pues todo tiene el potencial de entrar en una relación transformadora interminable.

Todo en absoluto encierra la posibilidad infinita de otra cosa, de un todo y especialmente de lo que no podemos prever pues solo existe potencialmente. Y ahí, en la potencialidad de ser otra cosa es donde yace el verdadero poder del arte. Así, lo que llamamos obra de arte solo puede ser efímera pues solo está ahí para abrir la posibilidad de otra cosa que solo habita potencialmente, que aún ella no es capaz de atisbar o prever de ninguna forma. Solo es arte aquello que abre la posibilidad de ser otra cosa diferente a lo que es. Y, paradójica, pero consecuentemente, solo es arte aquello que no podemos decir nunca definitivamente que “es” algo dado y para siempre. Solo es obra de arte aquello que vive por fuera de sí misma, potencialmente. Cuando inmortalizamos la obra ya no puede significar nada y ahí asesinamos el arte. Solo lo efímero y fugaz abre las puertas de la infinitud.»


Ricardo Sanín Restrepo es profesor en varias universidades de Las Américas. Autor de Being and Contingency (Rowman and Littlefield 2020) traducido y publicado en castellano como Ser y Contingencia (Tirant lo Blanch 2023). Asimismo es autor de una lista extensa de artículos especializados. Aquellos interesados en comprar el libro, El cuerno de Gabriel puede adquirirse aquí