Por Carina Moreno

 

La celebración del Bicentenario de la Independencia del Perú se encuentra a la vuelta de la esquina. Esta fecha se presenta como la excusa perfecta para reflexionar sobre temas como la identidad nacional y lo que significa ‘ser peruanos’ a partir de nuestro patrimonio histórico. Y según los especialistas hay que repensar en profundidad nuestros conceptos y redefinir incluso la idea misma del Bicentenario, ya que en realidad 1821 marca el pistoletazo de salida de un proceso de liberación que no se selló definitivamente hasta 1924, más de 100 años después.

En una reciente columna publicada en el diario El Comercio, la actual Ministra de Cultura, Patricia Balbuena, ha escrito: “¿Cómo construir identidad y ciudadanía si no sabemos de dónde venimos? En el Ministerio de Cultura consideramos que la conservación del patrimonio debe tener como fin principal contribuir al desarrollo y la calidad de vida de las poblaciones que viven a su alrededor, garantizando su protección de manera sostenible. Experiencias como las del proyecto Qhapaq Ñan en la zona arqueológica Huaycán de Cieneguilla nos muestran cómo estos lugares se han convertido en un espacio de cohesión social para los ciudadanos del distrito, quienes se han involucrado de manera voluntaria en su conservación y puesta en valor. En ese sentido, la revitalización del patrimonio es un poderoso elemento de identidad y orgullo”.

Aquí se abre un debate en el que se propone repensar estas nociones y hurgar en el patrimonio. Para Pedro Pablo Alayza, director del Museo de Osma, el patrimonio es un territorio de memoria, un espacio de reflexión que debe ser disfrutado por el ciudadano y formar parte de su cotidianidad. Mientras que para Ulla Holmquist, directora ejecutiva del Museo Larco, el patrimonio nos permite reconocernos como peruanos y debemos generar con él una convivencia sana.

Para el periodista Javier Lizarzaburu, quien edita el blog Lima Milenaria, “el Bicentenario es una gran oportunidad para cerrar heridas y darle una verdadera sensación de continuidad a nuestra presencia en este territorio”. En ese escenario, el patrimonio tanto prehispánico como colonial y republicano adquieren especial relevancia. Las huacas porque son símbolos de la patria antigua y porque enganchan perfectamente con nociones de identidad. Esta celebración podría dimensionarse de tal manera que “deje un respaldo al compromiso del gobierno, por ejemplo, con las raíces prehispánicas que abundan en todo el territorio nacional”.

Vivir de espaldas a nuestro pasado

Sin embargo, pese a que los especialistas destacan al patrimonio como elemento integrador de una comunidad, no se ha dado la importancia debida para su conservación y difusión. A partir del mencionado artículo de la ministra Balbuena, Lizarzaburu asegura: “Parte de nuestro orgullo nacional está constituido por la memoria de las grandes civilizaciones prehispánicas; sin embargo, la situación de nuestro patrimonio es acuciante. Menos del 1% de nuestras huacas cuentan con saneamiento físico y legal que nos permita invertir para investigar, conservar y ponerlas en valor, lo cual se traduce en el deterioro de los centros patrimoniales. El complejo Wari en Ayacucho solo ha sido excavado en un 6% y a la fecha no existe un solo proyecto desde el Ejecutivo que nos permita descubrir los misterios de esta civilización. Es nuestra prioridad normar todo aquello que nos facilite la investigación arqueológica, el saneamiento físico y legal de nuestro patrimonio, contar con más proyectos de inversión para conservar y poner en valor nuestro patrimonio para que esté a disposición de nuestros compatriotas y del mundo”.

Este compromiso desde el Estado debe estar respaldado, según asegura Alayza, por una política cultural que genere los incentivos tributarios necesarios para que la empresa privada pueda aportar en la conservación y la puesta en valor del patrimonio. Y el director del Museo de Osma lo aborda en el sentido más amplio del término, que va mucho más allá de las edificaciones preincas, incas, coloniales y republicanas, e incluye  también al patrimonio inmaterial. “Hay que entender que el patrimonio es el gran motor del turismo. El 80% del turismo que se desarrolla en nuestro país es turismo cultural”. Sin embargo, ningún porcentaje de la ganancia que se genera se reinvierte luego en el mismo patrimonio. Estamos matando de hambre a nuestra gallina de los huevos de oro.

Por su parte, Holmquist plantea la necesidad de generar un vínculo y una apropiación de parte de la población con el patrimonio y analiza la iniciativa de gratuidad para la visita a los sitios arqueológicos en todo el país y cómo se ha desarrollado este programa en los meses pasados. “No hay que tenerle miedo a la activación, pero ésta debe estar articulada con cada espacio, respetando sus particularidades y sus necesidades. Debe ser trabajada en coordinación con los investigadores que trabajan en el espacio conociendo cuáles son los temas sobre los que pueden desarrollar un programa”.

Por su parte, Carlos Del Águila, director de la Dirección de Museos del Ministerio de Cultura, nos dice: “Visibilizar los valores patrimoniales con la identidad es fundamental, pero es igual de fundamental encontrarle la viabilidad sostenible a la gestión de los mismos. No solo es suficiente cobrar por visitarlo, el potencial del patrimonio va más allá: por ejemplo, complementar la formación escolar con ello, apropiar el patrimonio a nuestras vidas, diversificar sus posibilidades de consumo de diversas maneras, y sobre todo, lograr que la sociedad peruana lo considere un valor agregado transversal a todos los sectores productivos del país”.

MUNA: El museo de la discordia

Uno de los proyectos más importantes para la difusión del patrimonio y que se pretende inaugurar para el Bicentenario es el Museo Nacional de Arqueología, MUNA. Esta iniciativa, sin embargo, está provocando un largo debate por diferentes motivos de discordia: primero, por su ubicación en el distrito de Pachacamac; segundo, por la accesibilidad del sitio y por las condiciones climatológicas poco apropiadas para la conservación; y tercero, por la información difundida en algunos círculos del cierre del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia ante el inminente traslado de su colección al MUNA. Esta última afirmación no ha sido tajantemente negada por el Ministerio de Cultura en las diversas ocasiones en las que el debate ha resurgido y se ha convertido en un tema de comunicación mal resuelto. Quien conoce el MNAAHP sabe que sólo aproximadamente el 10% de la colección forma parte de la exposición permanente.

Para algunos como Lizarzaburu, “el MUNA no es un proyecto perfecto, tiene debilidades, pero sigo insistiendo en que es la mejor opción posible. Lo más sorprendente de ese debate, donde fuera de mi persona, no salió nadie a defenderlo públicamente, fue que hubiera personas cuyo argumento central era que el Perú no necesita un gran museo de arqueología. Por increíble que parezca, varios pensaban igual. Por otro lado, aunque el MUNA está destinado a ser el mejor museo de arqueología de América Latina, sorprende que hasta ahora no se sabemos qué transporte público llevará a la gente hasta allá. Esto podría marcar la diferencia entre el éxito y el elefante blanco”.

Lizarzaburu toca dos temas álgidos: el de la accesibilidad que dependerá de la autoridad de turno y el de la necesidad de un gran museo de arqueología para el país. A propósito de este último punto, Holmquist recuerda: “el debate sobre la necesidad de un museo de arqueología existe desde los años 80 o quizá antes. Creo que lo que tenemos en este momento es una oportunidad para tener espacios adecuados para la conservación y manejo de colecciones porque los del MNAAHP ya han colapsado hace años. Es una oportunidad para hacer las cosas bien y sin presiones políticas. No tenemos que hacerlo en el Bicentenario. Me pregunto si no podemos considerar una fecha como el 1924 y poder repensar nuestro acervo nacional”.

Para Holmquist, el MUNA debe cumplir el rol de encabezar un eficiente Sistema Nacional de Museos que permita a los museos trabajar en red y encontrar soluciones a temas comunes, intercambiar información, capacitarse mutuamente en un franco encuentro con los museos privados.

Para Del Águila, el MUNA puede “convertirse en la exposición permanente y en la infraestructura museística más grande de Latinoamérica, la posibilidad de contar con un espacio preparado para custodiar tanto patrimonio mueble que aún espera atención, tratamiento y estudio. Esto último nos posicionará a la vanguardia de la gestión de colecciones en la región, lo cual ya es un gran logro. Hay que reconocer, además, que poder decir que vamos a cumplir con el sueño inicial de nuestros libertadores hace 200 años, el de contar con un merecido Museo Nacional y que este nos permita vernos integrados o por lo menos intentándolo, ya es un hecho que merece la mayor celebración de la historia. El gran reto es continuar con la cruzada y evitar el abandono y el olvido de nuestro patrimonio cultural. Este es el verdadero reto del proyecto MUNA”.