Por Claudia Jaramillo


Había una casa, bueno, en todas las ciudades hay casas pero esta casa era especial, organizaban fiestas que duraban días y había gente que permanecían en los rincones como muebles viejos, yo les decía gárgolas, tiesos de tanto meter perico. La droga corría como chorros; ahora es un parqueadero, como muchas otras casonas viejas del centro de Medellín a las que sale más caro conservarlas que tumbarlas.

Lo conocí en una de esas fiestas estruendosas en las que nadie se mira a la cara, todos miraban el suelo como si de ahí fuera a brotar un manantial de esperanza en cualquier momento, terminamos enredados de tanto bailar pegados, le decían el ‘rolo’ y era una chimenea de mariguana. ¡Qué man pa’ fumar yerba! ¡Y yo pa’ fumar cigarrillos sin filtro! Nos metimos en su habitación, no teníamos más que el cuerpo para darnos. Al otro día le pregunté cómo se llamaba y me dijo que todos el decían el ‘rolo’ que yo también le podía decir así. Yo volví a esa casa varias veces con el ‘rolo’, no nos quedábamos en las fiestas, solo entrábamos a su habitación y cerrábamos con candado. Al rolo lo dejé una tarde de enero en un parque muy mal iluminado, habíamos pasado todo el día en su cama, manoseándonos por todas partes, como armándonos para la guerra. Él prendió un bareto, el humo se le metió en los ojos y brotaron un par de lágrimas y me di cuenta de que me había enamorado. Le dejé mi libro, era de tapa azul o verde, no lo recuerdo, uno de Bukowski. Le dije que hasta luego. Me fui en bus para la casa y ni siquiera me sentí mal, nada brota de un país sin esperanza.

Nota: Rolo es un coloquialismo colombiano para definir a una persona de Bogotá


Claudia Jaramillo es cofundadora y Editora Adjunta de Revista Perro Negro en Madrid. No sabemos si esté de acuerdo con su descripción, pero es madre, poeta, escritora y diseñadora. En ese orden