Por Gustavo García

El ajedrez político que ya se está jugando con el Covid-19 y su inmediato corolario -las vacunas- va a tener repercusiones globales de los más diversos tipos y algunas de ellas aún insospechadas. El virus ha acentuado el perenne problema de las inequidades en un mundo transformándose pero que todavía rehúsa abandonar su status quo suicida


  • Planeta – Tierra
  • Habitantes – 7,6 billones 
  • Grupos étnicos – 5000 
  • Lenguas – 7000 
  • Religiones – 4,200 
  • Naciones – 195

Nuestra maravillosamente heterogénea humanidad está conectada a través de una colección de procesos denominada globalización, la faceta económica de la cual se conoce como el neoliberalismo. Este proceso económico nos confiere un conjunto de beneficios e inconvenientes de tal modo que mientras por un lado promueve el libre comercio – y por ende el enriquecimiento de algunos – por otro lado simultáneamente provoca la desigualdad; fenómeno que quizá se entienda como el yin y el yang o las dos caras de la misma moneda. En un mundo globalizado el neoliberalismo reina como principio arraigado y es dentro de esta realidad que se engendra el Covid-19. La pandemia que padecemos ha puesto en relieve aquellas desigualdades provocadas desde antaño por el neoliberalismo – por no mencionar ni el colonialismo ni la corrupción – lo cual plantea el interrogante sobre cómo debemos combatir tal injusticia. Una posibilidad, para nada nueva, sería seguirle el hilo al filósofo inglés Jeremy Bentham – quien en 1789 fundó la filosofía utilitarista al explicar que la meta de cada gobierno debería ser lograr la máxima cantidad de felicidad para el mayor número de individuos.

En 2021 vale la pena preguntarse hasta qué punto entra en conflicto el utilitarismo con el neoliberalismo. Dos agentes de este último son el Fondo Monetario Internacional (FMI) – cuya meta es fomentar el crecimiento económico mientras reduce la pobreza – y el Banco Mundial, cuya razón de ser es también reducir la pobreza a medida que presta fondos para el avance económico. Resulta interesante observar la contradicción de cómo estas dos entidades han aportado a la desigualdad a pesar de su objetivo declarado de mermar la miseria, lo cual de hecho suena bastante a utilitarismo. Tal vez sea entendible dado su enfoque exclusivamente económico que ignora la heterogeneidad de nuestras existencias, pues no somos únicamente consumidores: también somos pensadores, padres, vecinos, amigos y terrícolas. Es menester, por ejemplo, detener el cambio climático dado que toda nuestra actividad económica tiene lugar dentro del planeta Tierra.

Otro aspecto de nuestras vidas no gobernado sólo por cuestiones económicas es la reacción a la pandemia; un enfoque exclusivamente neoliberal produce un precio global para las vacunas establecido en aquel punto donde se juntan oferta y demanda, ignorando por ejemplo que la transmisibilidad del virus no respeta fronteras, credos o economías. Además nos toca reconocer que para los que vivimos en democracias modernas dentro de naciones soberanas nuestro sistema de gobernación afecta la manera en que tomamos decisiones colectivas, inclusive a nivel internacional. Los atenienses del sexto siglo A. de C – es decir, nuestros ancestros ideológicos quienes fundaron la democracia – practicaban una democracia mucho más directa y exclusiva que la nuestra dentro de la cual era un deber solemne luchar personalmente en una campaña militar por la cual se había votado. En cambio nosotros le otorgamos nuestra voz y voto a un tercero – el político profesional – y este decide por nosotros. Nuestra democracia moderna supera a la ateniense, desde una mirada moderna por su puesto, dado que la nuestra sí que incluye el sufragio femenino y carece de esclavos, sin embargo, esa desconexión entre el voto y la consecuencia nos deja expuestos a la voluntad de líderes inescrupulosos quienes emplean la demagogia y el populismo. Este último se entiende como una estrategia para atraer a las clases populares y alejarse de las élites, lo cual podría considerarse un tanto divisivo. En resumen, este texto es una invitación a cavilar sobre cómo nuestra historia reciente y realidad política, filosófica y económica mediarán la manera en que lidiaremos con esta nueva pandemia que nos está afectando a todos.

El caso de las aldeanas marroquíes

En 1998 un señor visitó Marruecos por cuestiones de trabajo, específicamente para juzgar el impacto de unos proyectos iniciados en ese país por su empleador. Tres años después, luego de ser galardonado con el premio Nobel en Economía, su prestigio aumentaría pero por ahora tendría que conformarse con su puesto de economista en jefe del Banco Mundial. En su subsiguiente libro del 2002, El malestar en la globalización, Joseph Stiglitz explica el fracaso de uno de estos proyectos donde una organización no-gubernamental le enseña el oficio de criar polluelos – que el gobierno vende – a unas humildes aldeanas. Al indagar las causas de este fracaso, Stiglitz descubre que el FMI le ha informado al gobierno marroquí que no debe involucrarse en la distribución de polluelos ya que para eso está el sector privado. Partiendo desde el neoliberalismo, el FMI supone que alguna entidad con ánimo de lucro se encargará de proveer el suministro de dichos polluelos, y que además lo hará más eficientemente que el gobierno. No obstante, cuando una entidad privada por fin decide dedicarse a esta tarea hay un alto índice de muertes entre sus polluelos pocos días después de su compraventa. Esto disuade a la compañía de ofrecer garantías a las aldeanas cuya realidad precaria les niega el lujo de poder arriesgarse comprando un producto no garantizado. De este modo, una industria emergente – a punto de mejorar las vidas de unas campesinas pobres – deja de funcionar.

¿La globalización utilitarista o neoliberal?

Cinco años después de la visita de Stiglitz a Marruecos, Néstor Kirchner se dirigía a la Asamblea General de las Naciones Unidas con la intención de refrescar memorias sobre la intención original de los acuerdos de Bretton Woods, añadiendo que el FMI se alejaba cada vez más de su papel de ‘prestamista para el desarrollo’ para actuar como un ‘acreedor que exige sus privilegios’. Este espacio – que le sirvió a Kirchner para su desahogo tras una fuerte crisis financiera en Argentina – estaba aún en su infancia cuando el escritor mexicano Octavio Paz aclaró, en 1950, que «países como México – es decir, la mayoría del planeta – están sujetos a los cambios continuos e imprevistos del mercado mundial» antes de afirmar que el desarrollo económico de su país estaba estancado gracias a estos altibajos y a los precios injustos de los productos primarios. A diferencia de Octavio Paz, el FMI sí comulga con la idea neoliberal del libre mercado cuya única autorregulación es a través de la libre competencia. Si partimos, no desde el neoliberalismo, sino del utilitarismo – popularizado en el siglo diecinueve por John Stuart Mill – la pregunta clave sería ¿hasta qué punto funciona la globalización para promover el mayor bienestar para el mayor número de personas? O en otras palabras, la mayor cantidad de eso que el conocido orador romano Cicerón acuñó summum bonum en el primer siglo a. de C. Según Joseph Stiglitz, la globalización sí puede ser una fuerza positiva en cuanto al enriquecimiento de todos – incluyendo a los más pobres del mundo – siempre y cuando se haga de manera responsable. Afirmación que nos deja en las mismas si dejamos de esclarecer quién define esa ‘fuerza positiva’ o aquel ‘bienestar’, pues existe un sinfín de perspectivas. Un ejemplo sería el caso del escritor cubano-americano Carlos Alberto Montaner, crítico acérrimo del socialismo, quien parece mofarse de la idea contradictoria de las sociedades latinoamericanas que establecen que «los intereses de la sociedad siempre [van] a estar mejor tutelados por el Estado que por los codiciosos capitalistas», mientras sostienen simultáneamente que «el Estado es un pésimo, corrupto y dispendioso administrador». Quizá tenga razón pero una cosa es un principio filosófico y otra cosa es la falibilidad de quienes ponen ese principio en la práctica. 

Latinoamérica y la globalización de millonarios y de populistas

Octavio Paz menciona el remedio ubicuo de las inversiones privadas extranjeras, recordando a sus lectores que las ganancias de esas inversiones siempre salen del país, implican dependencia económica y «a la larga, injerencia política del exterior»; para ilustrar este punto, pone el ejemplo de países como los Estados Unidos (recalco, los de ‘América’ no los ‘mexicanos’). También destaca la discrepancia entre los intereses del capital-privado que «busca los campos más lucrativos [con] más rápidas ganancias» y los intereses de países-subdesarrollados que necesitan «inversiones a largo plazo y de escaso rendimiento». Luego concluye, asegurando que «el capitalista no puede ni desea someterse a un plan general de desarrollo económico». Seguramente, Carlos Alberto Montaner tildaría a Octavio Paz de populista dadas sus críticas del capitalismo desenfrenado, pues a él le parece que el continente entero suele culpar a los «empresarios triunfadores» y a los «capitanes de la industria» de la «extendida pobreza que padecen los latinoamericanos». Tal vez Montaner acusaría a Paz de respaldar la política de envidia, ‘the politics of envy’, acusación útil que frecuentemente emplea la clase política conservadora para insultar a los laboristas de izquierda en el Reino Unido. Según Montaner el catecismo de todos los partidos populistas es culpar a los inescrupulosos millonarios por la existencia de los millones de indigentes que se alimentan mal pero cabe destacar que los populistas pueden ser tanto de izquierda como de derecha. Un ejemplo de este último sería el magnate, celebridad de farándula y ex-presidente, Donald Trump cuyo mayor logro fue convencer a millones de trabajadores de clase obrera, ‘blue collar workers’, que él velaba por sus intereses. 

El marxismo y la actualidad

En la actualidad, muchos igualan a Karl Marx con el socialismo pero en realidad su obra maestra, Das Kapital, es una simple crítica del capitalismo como sistema social y económico. Claro está, nombrar a Marx provoca respuestas emotivas debido a las acciones de terceros que actuaron en su nombre, lo cual se parece bastante a confundir el islam con el terrorismo, el cristianismo con el Ku Klux Klan, el catolicismo con la inquisición o el pueblo honrado colombiano con el narcotráfico. Sin embargo, a pesar de su llamamiento explícito por un programa de acoplamiento gestionado por el estado, supuestamente para ‘mejorar la raza’, a Platón se le reconoce por haber sido un filósofo ateniense del siglo V a. de C; rara vez se le culpa por el genocidio eugenésico cometido por Adolfo Hitler mientras que, paradójicamente, sí se le culpa a Marx por cualquier atrocidad cometida en defensa del comunismo. Dos filósofos influyentes – percepciones distintas de sus respectivos legados.

Sin embargo, a pesar de que la economía marxista pura no es favorecida en el pensamiento dominante moderno, el filósofo Marx sí que sigue ejerciendo una gran influencia en campos tan diversos como la sociología, la economía política y algunas facetas de la economía heterodoxa. Marx arguye que la sociedad está conformada por dos clases, la dueña de los medios de producción – y por ende con derecho a todas las ganancias – y el proletariado que vende su mano de obra por un salario. Marx afirma que debido a este acuerdo desigual los capitalistas explotan a los trabajadores. En 1848 lo explicó así: «La historia de toda sociedad … es la historia de la lucha de clases … opresores y oprimidos … enfrentándose unos a otros en un constante antagonismo». ¿Existe un paralelo entre esta dicotomía de individuos y la de naciones? ¿Se observa algo semejante entre países «avanzados» que ponen su capital a trabajar en los países «subdesarrollados» que se ven obligados a perpetuar el statu quo? Si afirmamos esta pregunta, el corolario es aceptar que de este modo esos países «avanzados» fomentan un antagonismo entre opresor y oprimido, lo cual es reminiscente de la queja de Kirchner ante el titán de la globalización, el FMI. 

Marx arguye que la sociedad está conformada por dos clases, la dueña de los medios de producción – y por ende con derecho a todas las ganancias – y el proletariado que vende su mano de obra por un salario.

La globalización y el coronavirus

Recientemente estas relaciones internacionales han evolucionado luego de la politización del coronavirus y el subsiguiente lanzamiento de vacunas. Donald Trump – por ejemplo – comenzó restándole importancia antes de denominarlo despectivamente ‘el virus chino’ en una obvia demostración de demagogia xenofóbica. Actualmente, la cifra de estadounidenses muertos por coronavirus (512 mil) supera la de los que murieron en la segunda guerra mundial (418 mil). El Reino Unido también ha sufrido enormemente (120 mil) pero al desarrollar la vacuna Oxford-AstraZeneca ha gestionado un impresionante plan de vacunaciones: entre los 15 territorios más vacunados del mundo el Reino Unido es el duodécimo y ocho de los quince son territorios británicos de ultramar, incluyendo Gibraltar que ocupa el primer puesto. Sin embargo, como el virus no respeta fronteras, por mucho que el gobierno británico se dé palmaditas en la espalda tendrá que colaborar en el esfuerzo global para su erradicación antes de celebrar de verdad. Esto lo dice nada menos que el jefe actual del Banco Mundial, David Malpass.

«Putin literalmente puede decidir cuántas dosis dar, a qué precios y a quién. Y todo esto estará condicionado por las evaluaciones políticas y estratégicas del Kremlin»

En realidad, la comunidad internacional tendrá que abordar esta pandemia de manera muy distinta al fracasado reto eterno del equilibrio económico entre naciones pero ¿cómo lo hará sin antes acordar una estrategia filosófica? Para Boris Johnson la respuesta es obvia, no es el utilitarismo sino el neoliberalismo desenfrenado que ha sido y seguirá siendo la salvación; en una conversación privada, el primer ministro conservador del Reino Unido recientemente atribuyó el éxito del desarrollo de vacunaciones a la «codicia» y al «capitalismo», ignorando por completo el papel desempeñado por centenares de académicos, investigadores científicos y funcionarios. También parece ignorar que los £22 billones ($30,4 billones) de fondos públicos recibidos por el proyecto ‘Probar y Rastrear’ (Test and Trace) no dieron resultado. En términos generales, un enfoque neoliberal permite la merma de control estatal, fomenta la privatización, la austeridad y la competencia internacional: un enfoque marxista implicaría que todos los países subdesarrollados se junten en su lucha contra los dueños de los medios de producción, en este caso los países que han desarrollado vacunas. La primera conduce a vacunaciones solo para los países ricos y la última no es ni práctica ni deseable. Dos factores en la lucha global se pueden caracterizar por su diferencia con el neoliberalismo; COVAX y Sputnik V. 

El colectivismo moderno en la geopolítica

COVAX es una alianza cuya meta es garantizar el acceso equitativo a las vacunas para los países más pobres; al juntar su poder adquisitivo, los países dejan de competir entre ellos y financian fábricas para que más dosis estén disponibles en cuanto la vacuna esté lista. Si esto suena al principio socialista del colectivismo es porque COVAX también pretende priorizar el grupo sobre el individuo e involucrarse en la logística de los medios de producción y la actividad económica para conseguir algo que el neoliberalismo puro jamás podrá lograr: que a pesar de sus escasos recursos los países pobres se beneficien de un producto comercial. Supongamos que los actores públicos y privados que forman COVAX no son socialistas intransigentes sino que reconocen que esta pandemia obliga un modus operandi muy distinto al neoliberalismo que ha provocado tanta desigualdad.

Al igual que Marx, también están de cierto modo criticando el capitalismo. Además, aumentar el acceso a vacunas es aumentar el bienestar de más individuos, lo cual se puede llamar utilitarismo. Paralelo a esto Rusia ha aparecido en escena con su propia vacuna, Sputnik V, que fue recibida inicialmente con recelo pero ahora se está beneficiando del aval otorgado por la prestigiosa revista médica británica The Lancet. Quizá la motivación de Putin no es tanto el utilitarismo sino algo más maquiavélico; es fascinante observar cómo Rusia usará esta vacuna para ejercer el poder blando, el ‘soft power’, en la geopolítica venidera. Si observamos bien la lista de países más vacunados, Chile es el ganador de América Latina en el vigésimo-segundo puesto pero las demás naciones se encuentran entre la septuagésima sexta posición de Brasil y la centésimo decimocuarta de Venezuela. Muchos de estos países latinoamericanos ya se acercan a Rusia en busca de su vacuna, lo cual será más factible dado que esta fue producida con fondos estatales y por lo tanto «Putin literalmente puede decidir cuántas dosis dar, a qué precios y a quién. Y todo esto estará condicionado por las evaluaciones políticas y estratégicas del Kremlin» según explica Vanni Pettinà – experto en relaciones exteriores de Rusia en el Colegio de México. Sputnik V se contrasta fácilmente con las demás vacunas – Pfizer, Moderna, Oxford AstraZeneca – desarrolladas por farmacéuticas con ánimo de lucro; ya hemos visto, por ejemplo, cómo estos intereses económicos se enfrentan a los intereses políticos de la Unión Europea en aquella querella pública sobre el suministro de vacunas. Pettinà añade que «Occidente no tiene mucha flexibilidad para manejar sus vacunas porque no las controla, son productos privados, y por eso está más expuesto al chantaje de precios y a contratos poco transparentes». 

¿Qué tipo de globalización será el legado de la pandemia?

En síntesis, si mañana Joseph Stiglitz volviere a Marruecos, se encontraría con una nueva generación de aldeanas humildes marroquíes que siguen en la misma condición económica en que se encontraban sus madres en 1998; veintitrés años después de haber sufrido las nefastas intromisiones por parte del Fondo Monetario Internacional, Marruecos es el centésimo décimo octavo país más rico del mundo: el neoliberalismo no les funcionó. David Hume – filósofo escocés del siglo dieciocho – afirma que «…la pasión por el dinero es una pasión universal que actúa en todos los tiempos, en todos los lugares y en todas las personas», afirmación que ayuda a entender por qué el neoliberalismo es el proceso de la globalización que predomina. No obstante, si no logramos redescubrir el utilitarismo como filosofía dominante, los países-en-vías-de-desarrollo de nuestro mundo desigual siempre tendrán un potencial que jamás cumplirán. Si yuxtaponemos el enfoque utilitarista hacia la pandemia (que busca incrementar el summum bonum erradicando el virus en beneficio de todos) con el neoliberalismo, veremos dos ejemplos de algo similar al rechazo de este y al respaldo de aquél: primero, los rasgos colectivistas de COVAX y segundo, la aserción del jefe actual del Banco Mundial sobre la necesidad de vacunar a los países pobres (así no tengan con qué pagar).

«Occidente no tiene mucha flexibilidad para manejar sus vacunas porque no las controla, son productos privados, y por eso está más expuesto al chantaje de precios y a contratos poco transparentes». 

Yuxtaponer el utilitarismo con el populismo resulta más complicado dado que este es una ruta hacia el poder, no una política en sí, lo cual explica los diferentes tipos de populistas; los que le restaron importancia al virus – Trump y Bolsonaro – y los que se han aprovechado de la pandemia para incrementar sus poderes – Orban y Modi-. Es probable que Octavio Paz y Carlos Alberto Montaner nunca estarían de acuerdo en sus maneras de entender su propio continente pero la verdad lisa y llana es que mientras existan seres humanos, siempre habrá demagogia con líderes inescrupulosos que buscan atraer a las masas alimentando tensiones. El populismo tampoco es la respuesta. Sin embargo, Hume también señala que «…hay una cierta dosis de generosidad, por muy pequeña que sea, infusa en nuestro pecho, una tenue luz de amistad por la especie humana, una partícula de paloma mezclada en nosotros con elementos del lobo y de la serpiente».

Durante su oposición a la gobernación británica en la India, el popular – más no populista – Mahatma Ghandi mostró su «partícula de paloma» al afirmar que una sociedad se juzga por la manera en que trata a sus miembros más vulnerables: tal vez ahora empezamos a ver el inicio tardío de un mejor trato para con los más pobres de nuestra sociedad global. Para el eterno optimista es factible que esta pandemia nos aleje del neoliberalismo despiadado y nos encarrile hacia el utilitarismo como filosofía dominante en el campo de la geopolítica, no tanto por benevolencia desinteresada sino porque entre el ‘fracaso-seguro’ y el ‘beneficio-mutuo’ sólo hay un ganador. Por fin empezamos a entender a John Donne – poeta inglés del siglo diecisiete – quien nos dijo que «ningún hombre es una isla», pues estamos todos interconectados y las acciones de algunos afectan a los demás ciudadanos. Debido a esto, es imperativo que obremos por el bien común, que prioricemos el mayor bienestar del mayor número de individuos (por encima del estrecho enfoque del neoliberalismo) y que aceptemos con entusiasmo nuestro papel como individuos en todas las luchas justas, ya sean contra la pobreza o contra el coronavirus.

No man is an island,
Entire of itself,
Every man is a piece of the continent,
A part of the main.
If a clod be washed away by the sea,
Europe is the less.
As well as if a promontory were.
As well as if a manor of thy friend's
Or of thine own were:
Any man's death diminishes me,
Because I am involved in mankind,
And therefore never send to know for whom the bell tolls;
It tolls for thee.

John Donne
1572 – 1631




Este es el tercer artículo de Gustavo García para Perro Negro. Residente en Londres, es profesor de lenguas y jefe de departamento. Es licenciado en Civilizaciones Clásicas de la Universidad de Leeds, con una Maestría en Educación. Actualmente está traduciendo al inglés al filósofo colombiano Estanislao Zuleta. Es padre y, al igual que Eduardo Galeano, un futbolista frustrado.