Por Gustavo García

¿Qué une un diálogo del general e historiador griego Tucídides al lema en el escudo de La República de Chile y a la nefaria figura de Pablo Escobar? Aquí una reflexión sobre la justicia, el poder, la felicidad y la enrevesada relación entre Estado e individuo


En el primer libro de La República, Platón (427-347 a. C) narra el diálogo entre Sócrates y el sofista Trasímaco donde éste sostiene que «la justicia no es otra cosa que el interés del más fuerte»; la misma idea reaparece en el Gorgias cuando el joven Calicles adopta una postura de realpolitik al declarar justo que «el fuerte domine al débil.» También está El Diálogo de Melos que aparece en el libro V de la obra maestra de Tucídides (460-400 a. C), La Historia de la Guerra del Peloponeso, y es aquí donde volvemos a observar esta noción de que el poder es la razón; este diálogo se considera un ejemplo por excelencia del realismo político que demuestra cómo el interés y el pragmatismo fomentan e influyen los actos bélicos; esta lógica del poder también puede entenderse como una especie de trato nefasto al estilo ‘plata o plomo’ de Pablo Escobar. Los atenienses aseguran que saben razonar pero se niegan a hacerlo con los melios debido a su abrumadoramente superior fuerza militar; ellos saben que «entre personas de entendimiento las cosas justas y razonables se debaten por derecho y razón, cuando la necesidad no obliga a una parte más que a la otra; pero cuando los flacos contienden sobre aquellas cosas que los más fuertes y poderosos les piden y demandan, conviene ponerse de acuerdo con éstos para conseguir el menor mal y daño posible.» ¿Qué trato le ofrece Atenas a Melos? O Melos asegura su propia supervivencia – aliándose con Atenas en contra de Esparta – o será aniquilada. De hecho, los melios rechazan el ultimátum y los atenienses asedian la ciudad, ejecutan a todos los hombres adultos y venden a todas las mujeres y niños como esclavos.

La palabra alemana schadenfreude describe la alegría que se siente por la desgracia ajena; indudablemente hubo quienes la sintieron en diciembre de 1993 al ver el cuerpo inerte de Pablo Escobar tendido sobre un tejado en el barrio Los Olivos en el occidente de Medellín; también los melios la sentirían en 404 a. C. al enterarse de que Atenas había perdido la Guerra del Peloponeso y que Esparta ahora les imponía unas condiciones severas para firmar la paz: esta era la misma ‘lógica del poder’ que los atenienses habían propugnado.   

Para Aristóteles existen dos clases de virtudes: la intelectual y la moral; la intelectual se desarrolla a través de la educación y la moral a través de las costumbres.

Entonces, según Platón, Tucídides y Pablo Escobar el poder es la justicia, pero ¿también es el poder sinónimo de la felicidad? El primer historiador, Heródoto de Halicarnaso (490-420 a. C), cuenta la historia en su libro innovador y vanguardista, Las Historias, del encuentro entre el muy viajado sabio ateniense Solón con el rey Creso en la corte de Sardes; debido a que el rey se ufanaba de ser tan poderoso y adinerado se atrevió a preguntarle a Solón «“entre tantos hombres ¿has visto alguno hasta ahora completamente dichoso?” Creso hacía esta pregunta porque se creía el más afortunado del mundo.» Como Solón era carente de lisonja le nombró a tres «hombres vulgares» y desconocidos antes de explicarle que para considerarse realmente dichoso, era imprescindible haber tenido una buena muerte ya que «al cabo de largo tiempo puede suceder fácilmente que uno vea lo que no quisiera, y sufra lo que no temía… sois un monarca poderoso y rico, a quién obedecen muchos pueblos; pero no me atrevo a daros ese nombre que ambicionáis, hasta que no sepa cómo habéis terminado el curso de vuestra vida.»

Creso se enoja y despide a este sabio chiflado; lastimosamente «después de la partida de Solón, la venganza del cielo se dejó sentir sobre Creso, en castigo, a lo que parece de su orgullo por haberse creído el hombre más dichoso de los mortales»; primero, Creso sufre la pérdida de su hijo preferido y luego la de su reino cuando Ciro el Grande se toma «la plaza de Sardes [y cae] Creso vivo en manos de los persas.» Solón es vindicado: en este caso el poder de Creso no equivale a su felicidad. 

¿Pero qué es la felicidad? Para Aristóteles (384-322 a. C), existen dos clases de virtudes: la intelectual y la moral; la intelectual se desarrolla a través de la educación y la moral a través de las costumbres. Debido a esto, los legisladores deben inculcarles buenas costumbres a sus ciudadanos: si esto se logra llegarán a conocer el placer de obrar bien. La felicidad consiste en la actividad virtuosa, especialmente en la contemplación que es preferible a la guerra o a la política dado que nos permite el ocio, lo cual es esencial para la felicidad. Aunque no podamos ser enteramente contemplativos, la contemplación nos hace partícipes de la vida divina y según Aristóteles «la actividad de Dios, que sobrepasa a todas las demás en bienaventuranza, debe ser contemplativa.» Bertrand Russell aclara que «el filósofo es el más divino en su actividad, y, por tanto, el más feliz y el mejor.» Es decir, la felicidad no proviene del poder sino de la contemplación; Sócrates (470–399 a. C.) ya lo había dicho, una vida no examinada carece de valor.

¿Y el poder qué es? Bertrand Russell esclarece la filosofía platónica al declarar que es por medio de «nuestros propios deseos» que podemos juzgar el posible conflicto de ideales y pone el siguiente ejemplo: «el héroe de Nietzsche difiere del santo cristiano; sin embargo, los dos son admirados, el uno por los nietzscheanos, el otro por los cristianos.» Entonces, los desacuerdos éticos sólo se pueden decidir «a la fuerza, en último término, por la guerra… [y] las discusiones éticas se resuelven en luchas por el poder, incluyendo el poder de la propaganda.» En cuanto a la diferencia entre Platón y Trasímaco, es fácil, «si a usted le gusta [el Estado de Platón] mejor para usted; si no, peor. Si muchos lo quieren y otros tantos no, la decisión no puede lograrse por la razón sino sólo por la fuerza, verdadera o encubierta». 

En cuestiones de la ética, Platón defiende la lógica del poder – que es la ley del más fuerte – y de este modo podríamos justificar que el rey Creso haya despedido a Solón (pues lo podía hacer); sin embargo, Aristóteles seguramente diría que el rey debió haber buscado una vida más contemplativa y ociosa en vez de anhelar el poder y la fama ya que esto lo hubiese hecho realmente dichoso. El filósofo colombiano Estanislao Zuleta (1935-1990), en su Elogio de la Dificultad, explica que «la pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad.» Si se hubiese pronunciado sobre el tema, supongo que Zuleta habría juzgado al rey Creso de haber pecado de una imaginación demasiado pobre y de haber deseado mal.

Entonces, según Platón, Tucídides y Pablo Escobar el poder es la justicia, pero ¿también es el poder sinónimo de la felicidad?

Quizá el asunto es que los individuos anhelamos la felicidad y los Estados el poder; la idea platónica de que las cuestiones éticas se resuelven a través del poder – incluso del poder de la propaganda – explica por qué los Estados recurren tanto a la propaganda política: y esto a pesar de que las democracias cojean cuando se manipulan los medios de comunicación. Un ejemplo: en septiembre de 2002, el entonces presidente estadounidense George W Bush desata una campaña propagandística para mostrar a Sadam Hussein como una amenaza inminente a los Estados Unidos, insinuando la falsedad de que este era el responsable de los ataques terroristas del 9/11 de 2001 en Nueva York. En 2002-3 se realiza una encuesta de Gallup que muestra que casi el 60% de los estadounidenses apoya la guerra ilegal en Iraq, claramente el resultado deseado de Bush y su campaña propagandística.

En 2003 Noam Chomsky publica Hegemonía o Supervivencia y denuncia el secreto a voces – por lo menos en Colombia – de que en este país asesinan rutinariamente a los valientes líderes sociales cuyos actos «deberían suscitar la admiración y la vergüenza de sus homólogos occidentales; y lo harían, si la verdad no estuviera velada por esa ignorancia intencional.» Afortunadamente, hoy día esta ‘ignorancia intencional’ se combate gracias a las nuevas tecnologías que han democratizado la producción de contenido informativo otorgándole más poder a los más débiles a través de una plétora de periodistas independientes y activistas en Youtube. 

A pesar de este reciente contragolpe mediático, los estados seguirán buscando el poder y aplicando la ley del más fuerte; desde 1812 el lema nacional de Chile ha rezado «por la razón o la fuerza» (así aparece en su escudo de armas) y este fue el título que escogió el filósofo chileno Roberto Torretti cuando en 2017 tradujo el Diálogo de Melos de Tucídides. Torretti explica que la argumentación ateniense «ilustra admirablemente la idea del Estado y las relaciones entre Estados que inspiró a los padres de nuestra patria nacional.»

El lema chileno – junto con la doctrina Brézhnev – también habrá inspirado a Vladimir Putin a la hora de iniciar su invasión a Ucrania; además, abundan las similitudes entre el diálogo tucididiano y el de Rusia con Ucrania: la potencia rusa se fortalece, por ejemplo, debido a su dominio sobre los gaseoductos que tanto necesita Europa y los ucranianos harán como los melios al luchar en contra de la amenaza imperialista: la única incógnita es si sufrirán el mismo infortunio. Lo que sí es cierto es que la actualidad no deja de demostrar la relevancia de Tucídides porque con el paso de los últimos 2,500 años sigue vigente el tema universal de la lógica del poder.

Bertrand Russell esclarece la filosofía platónica al declarar que es por medio de «nuestros propios deseos» que podemos juzgar el posible conflicto de ideales y pone el siguiente ejemplo: «el héroe de Nietzsche difiere del santo cristiano; sin embargo, los dos son admirados, el uno por los nietzscheanos, el otro por los cristianos.»

En resumen, los pensadores de antaño nos dejan unas ideas que sirven para guiarnos en la actualidad: a nivel personal, el poder no es sinónimo de la felicidad, para esto nos conviene más practicar asiduamente la actividad virtuosa y desear bien, es decir, practicar la contemplación aristotélica o bien la dificultad que tanto elogia Zuleta. A nivel de estados, existe el realpolitik – o el pragmatismo político – donde la lógica del poder es que la justicia no es más que el capricho del más poderoso, pues «son los fuertes quienes imponen su poder y a los débiles les corresponde padecerlo» (Tucídides). Sin embargo, si contemplamos esta idea lo suficiente (pues la contemplación nos hace felices) terminamos pensando que a los bravucones belicosos hay que retarlos: y así seguiremos, eternamente atrapados entre dos conclusiones contradictorias: contemplar para ser felices o atacar para ser justos.


Gustavo García reside en Londres, es profesor de lenguas y jefe de departamento. Es licenciado en Civilizaciones Clásicas de la Universidad de Leeds, con una Maestría en Educación. Acabada de completar una traducción al inglés del filósofo colombiano Estanislao Zuleta. Es padre y, al igual que Eduardo Galeano, un futbolista frustrado.

Imagen principal: Pablo Escobar muerto, Fernando Botero (2006). En el artículo: Guacayan, Ethel Gilmour (1994). Busto de Tucídides y Escudo Nacional de La República de Chile