Por Miravel Ladino

Unos de los álbumes más seminales de la historia reciente del rock cumplió ya un cuarto de siglo. Esta reseña exclusiva explica las contradicciones inherentes y también los acertados presagios de un disco heterodoxo que aún se escucha como si hubiese sido grabado ayer


Nadie nunca ha «acusado» a Radiohead de ser una banda de rock progresivo, pero la meticulosidad armónica y los numerosos arreglos orquestrales de sus canciones la acercan más a Emerson Like and Palmer que a ese otro extremo del espectro del rock progresivo que es Jethro Tull y su virtuosidad payasesca.

Por supuesto el primero en mofarse o negar el ribete de banda de rock progresivo sería Thom Yorke. No así, su origen de clase media afluente de Oxford hace que dentro del rock británico Radiohead esté socialmente y musicalmente más cerca de Pink Floyd -que vienen de Cambridge- que de bandas como Led Zeppelin procedentes de Londres y Birmingham o de los estupendos Roxy Music cuyo cantante, Bryan Ferry, es el hijo aesteta de un granjero de Newcastle que pudo estudiar Bellas Artes con Richard Hamilton en Newscastle University.

Radiohead, al igual de Pink Floyd y otras agrupaciones actuales como Editors o Daughter, deben su éxito a una visión melódica del descontento de la contemporaneidad. No obstante, la diferencia entre Radiohead y Pink Floyd es que estos esgrimen, a momentos, sentimientos nostálgicos con canciones evocativas como algunas con las cuales comienza The Wall y por supuesto I wish You Were Here que obviamente está asociada con la tragedia artística que fue Syd Barrett. En contraste, Radiohead pertenece a una época mucho menos hedonística del rock que los hace menos condescendientes al exceso y la autodestrucción. Eso no solo previene la tragedia de ver morir a sus amigos a los 27 o a los 32 años sino que también -y más importante aún para los escuchas- forja tendencias musicales a la hora de escribir canciones. La mayoría de las bandas de hoy han transmutado la mística de una vida acelerada como un solo de batería y el romanticismo de una muerte joven por algo un tanto más productivo: la perseverancia y la longevidad. El resultado es que los perennes Rolling Stones y hasta los también longevos U2 están firmemente anclados en el pasado, mientras que Radiohead al parecer habita felizmente un presente irónico y distópico. Ambos adjetivos vienen a ser sinónimos de su música.

A pesar de sus orígenes, o quizá por ello, OK Computer es una obra magistral. Es su tercer álbum, precedido por Pablo Honey y Bends; y con él el quinteto inglés decidió grabar un elepé que contravenía no solo las expectativas de su creciente número de seguidores sino de los deseos comerciales de EMI, el sello discográfico de sus primeros cinco larga duraciones. Al escuchar este albúm en su totalidad, una se da cuenta de que es una especie de opereta para estos tiempos aciagos, pero ¿qué presente no ha sido, a su manera, infeliz? En OK Computer prevalecen los tonos de guitarras meláncolicas con una plétora de adagios que ocasionalmente pasan a tener la dicha rítmica de un allegro y hasta la energía discordante de un vivace como en el caso de Paranoid Android. Su continua experimentación electrónica, las complejas estructuras musicales, los acordes acústicos más las pulsaciones de sintetizadores y las distorsiones de guitarras hacen de este álbum una pieza musical heterodoxa, llena de eso que los musicólogos llaman «texturas.»

Son doce piezas musicales bastante distintivas y magistralmente paradójicas. Entre esos contrasentidos está particularmente el de la artificialidad, ya que apesar de que esas canciones pueden llegar a sonar «espontaneas» sobre el escenario, en realidad son melodías estrechamente coreografeadas. Este es un álbum eminentemente de estudio, de la misma manera que lo fue Sargent Pepper. OK Computer se grabó en St Catherine Court, la mansión -en esa entonces desocupada- de la actriz Jane Seymour. Y es una artificialidad hecha manifiesta en su diversidad sónica, en la cantidad de pequeños e innumerables acordes musicales que componen cada tema. Hay tan solo que escuchar el comienzo de Climbing Up The Walls para percatarse de que tanto va en cada corte. Al igual que Pink Floyd, Radiohead no improvisa sobre el escenario. Sus partituras melódicas pertencen más al mundo de un Shostakovich que a las de un Miles Davis. En ese sentido sí podemos decir: No Surprises en sus actuaciones en directo.

Otra aspecto irónico de este álbum es el hecho de que fue concebido claramente como el manifiesto musical de una banda que consciente y deliberadamente buscaba alejarse de la composiciones dominadas por la guitarra eléctrica, de ahí el incremento en el uso del piano y las experimentaciones electrónicas, para en algunos casos terminar usando hasta tres guitarras eléctricas para así poder reproducir su sonido tan original.

Muy pocos han recalcado sobre la voz de Thom Yorke. Si bien es cierto que este menudo oxfordiano no es Roger Daltry o Robert Plant, su voz sí es una manifestación más de su propia reticencia a ser una rock star. Esa voz existe en un capullo melódico que protege y valida musicalmente la banda que él lidera. Su canto es a menudo un surruso dificil de discernir pero siempre cargado de una armoniosa pesadumbre e invariablemente con un mensaje lugubre. Radiohead es un banda odiada por metaleros por aquello de lo que en Inglaterra se denomina el ”miserabilismo,” es decir: una visión luctuosa de la vida. Hasta los auto-paródicos The Cure tienen canciones felices mientras que lo más próximo que Radiohead llega a la felicidad es el anhelo.

Y hablemos de esos mensajes. Verbigracia, uno de los temas más perceptivos y ahora relevantes, con tantos países escindidos entre un populismo beligerante y una socialdemocracia profundamente decepcionada, es Electioneering. Políticos del temple de Donald Trump, Boris Johnson, Bolsanaro o Liz Truss y Giorgia Meloni, para no excluir a las de mi propio género, vienen inmediatemente a la mente al escuchar I will stop / I will stop at nothing y luego en el coro When I go forwards, you go backwards / And somewhere we will meet Ha, ha, ha. Es poco menos que premonitorio considerando que fue compuesto hace un cuarto de siglo. Es como si con ese Ha, ha, ha Thom Yorke nos esté diciendo: «Se los advertí pero no me hicieron caso.» Y todo puntuado por una guitarra eléctrica que nos empuja hacía adelante a la manera en que lo haría un cacique político llevándonos a votar.

El enajenamiento de Comfortably Numb, que es el ápice musical de la guitarra de David Gilmour pero no del lirismo de Roger Waters, se eleva unos cuantos gradientes con Climbing Up The Walls. Es una canción asociada con la salud mental y posiblemente la esquizofrenia. It’s always best when the light is off / It’s always better on the outside / Fifteen blows to the back of your head / Fifteen blows to your mind. Todo empieza con el eco de una pulsación eléctrica y una percusión tan simple como la de una banda de colegio y se mantiene así por tres cuartas partes de la canción hasta cuando estalla, de nuevo, con una guitarra eléctrica acompañada de un sintetizador para luego descender a un desgarrador grito final.

Y en un contraste bastante conspicuo, el tema que le sigue es No Surprises, que en realidad es una canción de cuna para suicidas. Y aquí tal vez yazca la contradicción más dolorosa de OK Computer: la manera en que esta agrupación conjura el horror y el desasosiego con unas melodías tan bellas y delicadas. A heart that’s full up like a landfill / A job that slowly kills you / Bruises that won’t heal / You look so tired, unhappy / Bring down the government / They don’t, they don’t speak for us / I’ll take a quiet life / A handshake of carbon monoxide. No es gratuito entonces que la tristemente desaparecida Melody Maker hubiese sugerido, al reseñar este álbum, que Thom Yorke era un suicida en potencia. Y es que hasta el vídeo oficial de la canción no es que sea lo que dice entretenimiento familiar.

El último tema por comentar es también el más famoso: Karma Police. Imagino que hasta el mismo Thom Yorke tendría problemas tratando de explicar de qué trata la canción. El gran piano que abre es seguido por la plegaria de un «ciudadano preocupado» pidiéndole a la Karma Police que arrest this man / He talks in maths, he buzzes like a fridge / He’s like a detuned radio / Karma police, arrest this girl / Her Hitler hairdo is making me feel ill. Me atrevería a conjeturar que es una canción sobre la intolerancia de todo tipo, inclusive contra el mundo profesional y científico –He talks in maths– como ya lo hemos visto con Brexit y Covid. Es la misma intransigencia que vemos salpicada y escupida en las redes sociales y en los discursos políticos. La tonada concluye con el sonido en bucle de un sintetizador no disimilar al de una patrulla de policía.

Cuando este álbum salió los ordenadores de todo tipo eran una novedad costosa, juguetes de los más adinerados. Los llamados «teléfonos inteligentes» estaban lejos de la imaginación del hasta más tecnófilo. Ahora nos sería casi imposible concebir nuestras vidas sin ellos. De igual manera el paísaje político a comienzos de la década de los noventa era bastante menos discordante que el de ahora. Existía cierto concenso de que el capitalismo era ya el único modo de vida posible. Hoy en día no es el capitalismo lo que se cuestiona -al menos no hasta que nos llegue la hecatombe ecológica- sino los sistemas democráticos y electorales. Es al mismo tiempo una obra de art-rock reminiscente de George Orwell y Aldoux Huxley, donde la vida cotidiana ha dejado de ser orgánica y a cambio tenemos sociedades dominadas por la tecnología y somos adoctrinados por gobiernos maliciosos que nos dicen qué hacer y en qué creer, mientras nos alejamos cada vez más de los placeres de la vida y de nuestras libertades individuales.

No sé qué estuvo comiendo o bebiendo Thom York en St Catherine’s Court en los meses que duró la grabación de OK Computer para que él se confesara de esta manera y sus letras se hayan convertido en una de las visiones más atinadas sobre el presente de este mundo global unificado por el consumo. Un mundo donde el mejor consejo para la desilusión colectiva que nos aflije, que él mismo Thom Yorke canta en Let Down, bien pueda ser: Don’t get sentimental / It always ends up drivel.


Miravel Ladino es madre de familia y profesora de música en una escuela secundaria de Nottingham. Escribe sobre música y literatura infantil para esta y otras revistas.