Por Juan Toledo

Austral es una novela magistral repleta de ideas que indagan sobre el papel de la literatura frente a la historia, el olvido y el progreso. Es también una especie de espejo que nos ayuda a reflexionar sobre la veracidad de la ficción y la ficcionalidad de eso que llamamos historia


Toda obra literaria se compone de obsesiones. Es por ello que escribir es a veces un acto de exorcismo. Carlos Fonseca lo sabe y prueba de eso son sus últimas dos novelas. Tanto en Museo animal como en la subsecuente Austral, Fonseca visita y regresa a ciertos de sus temas predilectos u obsesiones: la naturaleza historiográfica de la literatura y particularmente de la historia europea proyectada sobre Latinoamérica; la desmesura de algunas esas utopías soñadas a este lado del Atlántico y, como es de esperarse, lo épico de esos fracasos. Otras ideas recurrentes son la selva latinoamericana como basurero de sueños soñados fuera del continente, la implícita hibridación o impureza de toda cultura y el arte contemporáneo como otra forma de narrativa en contra de ese enorme olvido del que está hecha la historia. 

Y si el olvido es un elemento esencial de la historia, el progreso también requiere de ese olvido. Leyendo a Fonseca entendemos como la historia es “el gran borrador” -en su acepción más básica- de la memoria humana. Una cultura imponiéndose sobre otra, una nueva raza erradicando a otra, un idioma acallando otra lengua. Algo que estaba implícito en su anterior novela, se hace explícito en Austral: la historia como una serie de coincidencias y paralelismos que a veces dejan rastros suficientes para poder ser rescatados del olvido por la literatura. El novelista como recolector de los restos de un naufragio, aquello dejado atrás o a un lado por el progreso: lenguajes, manuscritos, diccionarios, amantes, el gran proyecto.  

Este joven escritor costarricense es un autor de ideas que escribe para un público literato aunque no de manera exclusiva; algo de lo cual Anagrama, su casa editorial, debe estar muy agradecida. Su prosa está llena de guiños literarios, citas, breves disertaciones de libros y de las ideas que ellos contienen. Pero a pesar de sus numerosas referencias literarias sus influencias más conspicuas parecen ser tan solo dos: Ricardo Piglia, quién fue su maestro en Princeton University, y el gran prosista germano-británico W.G. Sebald. De Piglia Fonseca aprende que la historia puede ser la arcilla de una obra literaria y también la idea de narrar no una sino dos o tres historias a la vez y de ser posible, de manera detectivesca. La influencia de Sebald es un tanto más difusa pero no por ello menos importante. De él Fonseca adopta el formato del pastiche para así crear una especie de diario o crónica de viajes que le permite usar espacios geográficos donde la ficcionalidad y la veracidad de la historia convergen. La prosa de Fonseca, en muchos pasajes, es esa feliz hibridación del género narrativo anticipado por Baudelaire: una narrativa novelística pero ensayística que al mismo tiempo está imbuida de poesía. Y no solamente poesía lírica sino también aquella poesía que habita en las ideas tanto bellas como descabelladas.  

Austral es un tríptico de resonancias y reciprocidades. La primera de ellas, con la cual se inicia la novela, es la de Aliza Abravanel, una escritora inglesa, escribiendo en castellano, que ha perdido la facultad de hablar (afasia) e intenta terminar su último libro y Julio Gamboa, profesor universitario emocionalmente a la deriva, ex amante de Aliza y quien, tras la muerte de ella en el primer capítulo, termina siendo el responsable de editar y publicar ese último libro titulado Un idioma privado. Las obvias conexiones del título con las ideas de Wittgenstein son explicadas más tarde con la conocida analogía de los escarabajos usada por el filósofo austriaco. 

Esta idea del lenguaje privado es empleada de nuevo en un segundo paralelismo pero esta vez claramente como metáfora. Karl-Heinz von Mühlfeld es un antropólogo alemán interesado en qué pasa en la intersección de culturas, eso que llaman transculturación, y en el destino histórico de las supuestas etnias y lenguas puras. Las investigaciones de von Mühlfeld lo conducen a Nueva Germania, la colonia que Elisabeth Förster-Nietzsche -hermana del afamado filósofo- fundase en 1887 junto con su esposo Bernhard-Förster en la selva paraguaya para preservar la pureza aria. Dos años más tarde Bernhard-Förster cometería suicidio agobiado por las deudas y 80 años después, en una empobrecida  y olvidada Nueva Germania, von Mühlfeld posa en una foto junto con Juvernal Suárez, el último sobreviviente de una cultura y un lenguaje amazónico totalmente diezmados por su contacto con los europeos. Reminiscente en algo de La montaña mágica y de Rayuela, von Mühlfeld, concluye sus días enfermo y paranoico en un sanatorio suizo creando un caótico entretejido con las cintas magnéticas que contienen las grabaciones y destruyendo así los últimos vestigios del lenguaje de Juvenal Suárez que el propio von Mühlfeld trató de salvar del olvido.       

La tercera resonancia es la más trágica por ser históricamente verídica y es la que le confiere a la novela un referente geográfico e histórico preciso y dentro del nefasto contexto del genocidio. Para ello la narración, y Julio Gamboa, se desplazan desde Paraguay hasta Guatemala y también a través del tiempo. De 1887 -cuando Elisabeth Förster-Nietzsche y su esposo antisemita se internan en las selvas paraguayas con el preámbulo de esa idea que fue la industria de la aniquilación que se daría en Europa medio siglo después- hasta la Guatemala de este siglo donde un personaje aptamente llamado Juan de Paz Raymundo está recreando un “Teatro de la Memoria” para desenterrar y recopilar el sufrimiento ocasionado por las masacres de Efraín Ríos Montt contra la población indigena en la década de los 80 del siglo pasado. Hay un pasaje donde Julio expresa sus dudas – y no sin la ayuda de W.H. Auden- acerca de las limitaciones y la utilidad de tal empresa.

Incidentalmente, una equivalencia histórica que no es mencionada en la novela es cómo casi en el mismo momento en que la hermana de Nietzsche y su esposo están construyendo Nueva Germania, en Guatemala el presidente Justo Rufino Barrios está expropiando tierras indígenas en la Sierra Madre para ofrecerlas a inmigrantes alemanes que cultivaban café lo cual, como toda historia de desalojo, no se hizo sin violencia.                   

Austral se puede también leer como novela detectivesca. Hay una continua y muy gratificante interacción de Julio con el manuscrito de Aliza. ¿Qué va a hacer Julio con el manuscrito? ¿Para qué o cómo publicarlo? ¿Cómo cumplir a cabalidad con esa misión que Aliza le impuso a manera de castigo por su cobardía de abandonarla cuando ella todavía estaba enamorada de él? Baste decir que la solución que Fonseca ofrece al final de la novela es muy simple pero asimismo magistral y hasta cinematográfica. Además encaja perfectamente con la idea del novelista como arqueólogo de historias. 

“Ficción o memoria” lee Julio en las páginas del manuscrito. Para intentar responder a esa pregunta que es uno de los espejismos de este mundo, hay que leer esta magnífica novela de un escritor que nos sigue deleitando y deslumbrando con su prosa y sus ideas. 


Carlos FonsecaAustral. Barcelona: Anagrama, 2022. 234 páginas.