Por Juan Toledo

Fue pionera en explorar las posibilidades que el mundo digital le ofrece a la poesía. Lo que inicialmente fueron ejercicios tipográficos sobre el papel y con un máquina de escribir, se convirtió -con el advenimiento de lo digital- en lo que hoy se llama «ciberpoesía.» Aquí una breve reseña celebratoria de una muy singular pero ya desaparecida poeta argentina


¿Será valedero decir que la poesía también es entretenimiento y sorpresa? La respuesta depende de qué tan serio sea el papel que se le otorgue a la poesía. El caso es que aún para aquellos pontificadores de ceño fruncido que hablan del papel ontológicamente transformador pero históricamente inasible de la poesía, como lo fue Octavio Paz, la creación poética no les ha impedido encausarse por ese sendero lúdico de «jugar» con las posibilidades representativas de las palabras sobre el papel. De ahí que el Nobel mexicano -semanas antes de renunciar como embajador mexicano en La India a raíz de la matanza de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco- haya escrito a finales de la década de los 60 media docena de Topoemas. Paz, con la pomposidad que lo caracterizaba, muy posiblemente no hubiese aceptado que lo suyo fue en gran parte una diversión tipográfica para demostrar que no sólo era inteligente sino también listo. No, su más factible respuesta hubiese sido que sus «poemas visuales» eran en realidad un «diálogo» simultáneo con los caligramas de Apollinaire y los idiogramas de la caligrafía china, influenciados a su vez por la majestuosidad visual hindú y hasta los haikus japoneses.

Este no es el caso de Ana María Uribe -ella mediaba los veinte años por aquel entonces- quien muy probablemente tras haber meditado sobre las obras del surrealista francés y del mexicano, entre otros, decidió optar por una poética cuya filosofía central es mucho más escéptica y por ende menos grandielocuente que la que predicaron y practicaron Paz, T.S. Eliot o hasta el mismo Borges.

¿Cómo se manifiestó ese sentimiento de impiedad poética de Ana María Urtibe frente a esos -y otros tantos- apóstoles de la poesía moderna? Pues bien, lo que ella hace es una obra centrada en el valor estético del letrismo. Es una propuesta plástica en donde el valor radica en lo visual y en la representación gráfica de las palabras y de las letras mismas. Ella adopta una posición en contravención de la poesía discursiva.

Lo verdaderamente revelador es el hecho de que todos los críticos, sin excepción alguna, se centran en la llamada «materialidad» del letrismo y arguyen que para él no importa el alfabeto como símbolo lingüístico sino solamente sus posibilidades de representación gráfica y singularidades visuales. De esta manera los Tipoemas, como Ana María Uribe tituló sus primeras creaciones, se reducen a un mero divertimiento óptico pero supuestamnete carentes de cualquier válidez semiótica. No así, creo que este es un acto de miopía literaria mayúsculo si tenemos en cuenta no sólo las ideas del estructuralismo lingüístico , iniciadas Saussure, sino también del tan mentado y usado deconstruccionismo.

Para corroborar esta especie de ceguera u omisión crítica basta ver cómo estos Tipoemas transforman la relación entre significado y significante. Aquel es el concepto asociado a determinada representación acústica o visual que toda palabra genera en nuestra mente; mientras que este es ya la imágen misma con que se representa el concepto (esa famosa idea de las palabras como imágenes o fotografías de las cosas de Wittgenstein). El significante, según el propio Saussare, constituye la parte material del signo aunque, paradojicamente, sea incorpórea y mental. Dicho de otra manera con especto a los Tipoemas: ¿cómo no pensar en la idea, casi onomatopéyica, de la primavera como retoños de letras «P»s floreciendo adoquier o en en la lluvia como centenares de miles de «O»s cayendo sobre la tierra?

La incipiente tecnología digital que Ana María Uribe conoció y usó (nació en Buenos Aires en 1944 y murió en 2004, a la edad de 60 años) le permitió «progresar» y así proveer de movimiento a sus Tipoemas para covertirlos en Anipoemas. Aquí la simplicidad de sus prefijos es de caracter tanto pedagógico como democratizante y esta es un decisión que no debemos obviar en ningún momento. Sus poemas, en más de una manera, son reminicentes de varios de los expeditos que, de nuevo, Octavio Paz pronunció en uno de sus poemas tempranos llamado Las Palabras, en donde arengando a sus sucesores Paz les pide: «Dales la vuelta,…/ azótalas, …/ ínflalas, globos, pínchalas,…/ sécalas, … / desplúmalas,… / arrástralas, / hazlas, poeta, / haz que se traguen todas sus palabras.»

Son las trampas del lenguaje de los que estamos hablando. Uribe ha agarrado a las palabras y las ha arrastrado y, literalmente hablando, las ha re-hecho nuevas luminosas y alegres. Y con ello ha abierto para nosotros otro tipo de representación y asociaciones que podemos tener con esos vocablos. Y este es un logro nada menor de parte de esta poeta porteña -refiriéndonos a la naturaleza pedagógica y democratizante de su trabajo- pues su poesía funciona tanto como entretenimiento de iniciados y hasta de juego de niños, al mismo tiempo que modifica sus significantes y nos hace ver y leer el mundo de un manera tan inusual, lúdica y ligera que por lo general desemboca en una sonrisa. Sí ese no es uno de los objetivos más altruistas y ambiciosos de la poesía, desconozco entonces cual debería ser.


Tengo que agradecer a la Dr Rachel Robinson de la Martin-Luther-Universität en Halle-Wittenberg por iniciarme en la lectura de esta poeta y hacer posible esta breve nota.

Ana María Uribe, poeta argentina, (1944-2004). Su página electrónica donde se puede ver la mayor parte de su breve obra publicada –Tipoemans y Anipoemas– puede consultarse aquí.