Por Luís Elvira-Sierra
Lo conociamos como poeta y hasta reseñamos su poemario Nuevos modos de ser en cocinas diferentes pero esta es su primera incursión pública -hasta donde sabemos- en prosa. Esperamos les guste
De Lord Richard Pemberton poco o nada nos ha quedado legado en libros y hemerotecas. Apenas una reseña en la enciclopedia británica en su edición de 1899 donde además cometieron un error ortográfico al escribir su nombre. También se le cita en la edición dominical del Bombay Gazette del 28 de septiembre de 1890, con una foto que acompaña un texto subrayando el avance económico de la zona. En dicho texto se usa el apelativo “un noble inglés” o “súbdito de la corona” tal vez para evitar vincular su nombre y por tanto el de su familia con el escándalo del que se hacía eco la noticia.
El protagonista
El tercer hijo de cuatro hermanos, en este orden: William, Dorothy, Dick y Emilie, nacidos en el condado de Devon. Apenas alcanza la pequeña Emilie dos años, la familia al completo se muda por motivos de trabajo del progenitor a la colonia británica en India. Lord Pemberton había sido asignado como comisionado jefe de aduanas.
Su esposa, por supuesto, lo acompaña junto a sus hijos y Emma, la fiel criada con quien Lord Pemberton pasa más noches que con su esposa. Si hacemos caso a los rumores de la época, la falta de parecido de Dick con sus tres hermanos estaba motivada por compartir con ellos tan solo el padre. Un cierto desdén o trato frío hacia él por parte de Lady Pemberton a lo largo de su vida tampoco ayudó a acallar esos rumores, pero es difícil de decir pues el trato entre ingleses, siendo además estos miembros de una familia de clase alta, puede no distar en exceso del trato que se tiene con algunos empleados.
En un barrio que recrea lo más posible las calles de lo que es un pueblo idealizado de Inglaterra se cría el pequeño Dick Pemberton junto a sus hermanos. Acuden a la St John´s School donde aprenden, entre otras materias, historia del imperio británico. Cada mañana forman en el patio y cantan Dios salve a la reina. Los domingos acuden a la iglesia, algo que Dick encuentra tremendamente aburrido, pero aprende a disimularlo ya que el pastor Collins es uno de los profesores del colegio y propenso a humillaciones y castigos corporales que parece disfrutar. Sus padres lo verán como un hombre severo pero justo que solo hace lo que considera necesario para educar a los que en el futuro serán los miembros de la élite inglesa. Pero al pequeño Dick solo le inspira temor. A veces, a modo de juego perverso, el pastor golpea con su tabla al alumno que espera recibir su castigo acompañado por las campanas de la iglesia. De ahí que no sea lo mismo ser castigado a las doce que a la una. Dick muestra ser poco hábil para las actividades físicas, especialmente el criquet, que detesta con todas sus fuerzas. No destaca especialmente en nada, ni siquiera entre los demás niños del colegio y pasa más tiempo leyendo o con su hermana Emilie que con el resto de compañeros de clase.
Al padre esto le preocupa pues quiere imbuir a su hijo pequeño los valores y rasgos que un noble inglés ha de tener. Le enseña a disparar y manejar la espada mientras sus hermanas aprenden a bordar y a ser esposas dignas de ser alabadas por sus futuro esposos. La pequeña Emilie demostrará vivir oponiéndose constantemente a ello el resto de su vida adulta. Llegó incluso a ser más diestra con la espada que sus hermanos y más propensa al alcohol y las peleas, pero adentrarnos en ello daría para escribir otro relato. Cuando llegó a la adolescencia, Dick pasa a ser Richard y se decide que ha de seguir los pasos del padre y su hermano William estudiando leyes. Nadie pregunta por su opinión porque a nadie parece importarle. A él le gustaría ser escritor pero es un secreto que tan solo comparte con su hermana Emilie.
Su padre decide contratar un tutor formado en Cambridge para que su hijo pueda concentrarse y no se distraiga ni pierda el tiempo con sus compañeros que parecen ya más preocupados por encontrarse con las chicas de su edad. Esto no hará sino acrecentar su ya manifiesta timidez y recluirse. No obstante, esto tiene una consecuencia positiva; ahora podrá dedicar más tiempo a la lectura. Descubre la obra de Mirza Ghalib, escucha hablar de los texto sagrados de la India, país del que nada sabe pese a vivir en él desde que es un niño.
-Vivimos en una burbuja. En un país dentro de un país- dice a su hermana, con quien comparte sus secretos, excepto ese creciente interés que siente hacia las mujeres y que apenas puede olvidar con la lectura o con la actividad física que ahora parece disfrutar.
Espera ser enviado a estudiar a Inglaterra en unos años al igual que su hermano William. De él reciben cartas en las que cuenta cómo progresa en sus estudios y los contactos que va forjando y que le serán útiles cuando se establezca allí. Dice también echarles de menos, pero Richard duda de ello. Su hermano es la persona más fría y distante que conoce, rasgos que parece haber heredado de su padre. Sus movimientos parecen siempre haber sido mecánicamente calculados de antemano.
El joven Richard piensa que podría ser una buena oportunidad para alejarse del ambiente restrictivo que lo rodea y conocer su país de origen. Un país que anhela pese a no haber estado nunca en él, pues ese anhelo es el eje sobre el que gira la vida de los Pemberton desde que llegaron a India años atrás. Desde que era pequeño siempre escuchaba a los adultos hablar de las bondades de su país. Lo educada, lo civilizada que era esa sociedad y lo mucho que debían aprender de ella otras naciones, y no podía evitar preguntarse porqué sus padres habían abandonado lo que parecía ser el paraíso.
Cuando cumple la mayoría de edad llega el momento del ansiado viaje. Antes de partir, su padre, llevado por algo que Richard interpreta como orgullo, le ofrece unos consejos que promete seguir. Su madre, por su parte, desea a su hijo buena suerte y le regala un ejemplar de la biblia que pide que lleve consigo. Su hermana Emilie, con una mezcla de alegría y tristeza lo abraza. Él lucha por no llorar. -Recuerda que llevas el apellido de la familia y has de honrarlo- dice el padre, con un tono que podría parecer amenazante.
Su barco zarpa con un ligero viento en contra que hace al joven Richard estremecerse y darse cuenta de que pasarán varios años hasta que regrese, si lo hace, al país donde ha crecido. Ya en su camarote acomoda el equipaje.
Inglaterra
El barco llega un día y medio más tarde de lo esperado al puerto de Portsmouth debido a las condiciones climáticas. Pero no parecen mucho mejores aquí, piensa Richard, a pesar de ser primavera. Una de las personas en tierra le saluda:
-Bienvenido a Inglaterra Señor Pemberton. Le acompañaré hasta su alojamiento Y en él pasará dos días para al final dirigirse a Cambridge en tren mirando a través del cristal de la ventana un cielo cubierto de nubes de tonos grises que parecen ahí clavadas. En Portsmouth contempla el mar en uno de sus paseos. Recorre el puerto y escucha a los marineros hablar un inglés al cual no está acostumbrado. A cada paso siente un frío húmedo que parece querer meterse por cada una de las costuras de su ropa.
Termina buscando el calor en un pub cerca del puerto donde la gente habla casi a gritos. En una esquina dos marinos sentados en torno a una pequeña mesa cantan una canción. Borrachos como están, desafinan terriblemente. Richard intenta pasar desapercibido si es que eso es posible en un establecimiento donde la mayoría se conocen entre sí. Bebe su cerveza sin apenas levantar la vista de ella. Entre los múltiples consejos y avisos que le fueron dados antes de partir de India estaba el de evitar siempre que fuera posible el contacto con ingleses ebrios. Nada hay que le guste más a un inglés borracho que buscar pelea.
Consigue esquivar con educación un par de preguntas del dueño, un tipo gordo y rosado que cojea al caminar, con todo el aspecto de haber sido él mismo marinero y que limpia y seca los vasos con un trozo de tela vieja y amarillenta. Se despide y sale de nuevo a la calle. Está anocheciendo.
Cambridge
Cuando llega a la Universidad de Cambridge es recibido con cortesía por Edward Jones-Burnel, director del Departamento de Leyes y Derecho al ir Richard por recomendación paterna. Su padre fue alumno en este mismo centro y es actualmente patrocinador de muchos de los eventos sociales que en él se llevan a cabo. El director es un hombre atento de unos sesenta años que no cesa de recordar a Richard lo afortunado que ha de sentirse por ser un estudiante de la Universidad más prestigiosa de Inglaterra. -Junto con Oxford- apunta Richard.
-Junto con Oxford- repite el director de mala gana.

La sonrisa de este parece haberse ido borrando hasta dejar paso a un gesto serio con el que le explicará las normas de conducta del lugar y el comportamiento que se espera de él, como miembro de la clase alta que es. Richard asiente y promete acatar toda y cada una de las reglas y consagrarse única y exclusivamente al estudio. Y cuando lo hace, cree firmemente en ello, sin saber que es una promesa que no cumplirá.
Comenzará sus estudios con una convicción impuesta ya por su padre. Nadie le preguntó allá en casa qué era lo que quería estudiar, a qué querría dedicarse. Se dio por hecho que seguiría los pasos de su padre y de su hermano William. Se hizo caso omiso a su disposición al estudio de cuestiones filosóficas o literarias que según el progenitor poco o ningún valor tienen en lo que el llama la vida real. De ahí que Richard muestre escaso interés en realizar dichos estudios. Para él, lo emocionante en este momento de su vida es estar lejos de casa, fuera del entorno familiar que a veces resulta ser opresivo, y tener la oportunidad de relacionarse con otros como él. Pasará mucho tiempo en la biblioteca y asistiendo a conferencias sobre diferentes materias de las que toma apuntes en un cuaderno que siempre lleva consigo.
Más adelante, cuando entable amistad con Alfred, Robert y Peter, que como él, adolecen de la falta de entusiasmo por el estudio de leyes, pero que comparten el mismo deseo de aprovechar al máximo su estancia en la ciudad, conocerán la noche, sus placeres y sus vicios. Dormir poco, beber demasiado y enamorarse de las personas equivocadas harán que Richard sufra una merma considerable en su salud y en su rendimiento académico. La primera se soluciona con descanso y la última con tiempo dedicado al estudio. Sus profesores no parecen satisfechos, más preocupados por el buen nombre del centro que por sus alumnos y así se lo hacen saber. Amenazan con escribir una carta a sus familias y los cuatro responden a la amenaza retomando la rutina tal y como se espera de ellos. Al menos por un tiempo.
De los años de estudio en Cambridge, además del título de abogado, Alfred obtendrá una absoluta dependencia del alcohol que conseguirá matarlo a los cuarenta y nueve años. Robert una prometida con la que se casará y formará una familia. Peter una sífilis mal curada. Y Richard, protagonista de nuestra historia, un absoluto desdén hacia las leyes creadas por los seres humanos y todo lo que refiera a ellas. Mantendrán el contacto por correspondencia durante los dos o tres primeros años hasta que sus vidas de adulto interfieran y hagan que esas cartas se envíen de manera cada vez más esporádica solo ya en fechas señaladas.
Londres
Tras graduarse con una calificación nada meritoria, Richard decide quedarse más tiempo en Inglaterra. Se traslada a Londres donde llevará una vida bohemia durante dos años. Escribe pequeños artículos para revistas y gacetas locales, duerme en pensiones baratas y frecuenta pubs junto a albañiles y palafreneros. En cierta manera, piensa, hay un halo de verdad en esta gente. Su sufrimiento los hace ser más reales y vivir con más intensidad el presente.
Acostumbrado a una clase social donde manifestar afecto, alegría o tristeza sin mesura está considerado como un signo de debilidad, aquí, cada noche se rodea de esta gente que grita, canta, se abrazan e incluso a veces se pelean. Richard, desoyendo el consejo paterno se ha visto involucrado ya en varias peleas, ya sea intentando evitarlas o tomando parte activa en ellas. De ello quedará, a modo de recuerdo una cicatriz en la ceja izquierda que curará con delicadeza Elizabeth, inquilina como él de la pensión, costurera venida de Yorkshire y que se convertirá en su amiga y amante.
De ella guardará un grato recuerdo de las noches juntos cenando poco y mal, pero riendo. De el olor de su piel y sus ojos claros, de sus planes de regreso a Yorkshire con el dinero suficiente para abrir una tienda. Cuando se despidan ambos llorarán y se desearán buena suerte. No volverán a verse más, ni a saber el uno del otro.
El regreso
En Londres recibe una carta de su familia que lo inquieta. Su padre ha caído enfermo y su madre lo requiere junto a ellos. Pensaron en su hermano William en un principio, pero no puede abandonar su negocio y su familia en Liverpool. La carta dice:
Estimado Richard.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que nos escribimos por última vez? Tal vez demasiado. La última de tus cartas llegó hace ya más de seis meses y aunque sabemos lo ocupado que te encuentras en Londres creemos que no deberías preocupar así a tus padres que tanto te quieren. Tus hermanos y tu padre te envían su cariño. Pero es el estado en el que se encuentra este último el motivo de que te escriba esta carta. Su salud no es buena últimamente y eso mantiene preocupados al resto de la familia.
Como tu madre me encuentro bajo el deber de pedirte que regreses para ocuparte de los asuntos de tu padre y tomar las riendas de esta familia. No es algo que te pida a la ligera y sin haberlo pensado detenidamente. Reconozco que a William le correspondería dicha tarea por ser él el primogénito, pero de él dependen su mujer y su pequeño, además de sus socios y empleados allá en Liverpool.
A tí, por tu parte, terminados ya los estudios nada te ata a Inglaterra excepto tu voluntad y una tal vez innecesaria sed de aventura. Con el cariño que siente una madre hacia su hijo te puedo decir que tal vez sea ya hora de madurar y cargar con el peso de las responsabilidades que tarde o temprano todos hemos de afrontar.
Tus hermanos no tienen los conocimientos ni las aptitudes adecuadas para desempeñar dicha tarea. Por otro lado, tal vez sea ya el momento de que la familia vuelva a estar unida y no tengamos que preocuparnos de aquellos que se encuentren lejos.
Te ruego, y hablo aquí en nombre de toda la familia, de que consideres mis palabras que están llenas de cariño y de razón y que no te demores en regresar.
Tu madre, que añora a su hijo pequeño.
Richard arroja la carta al suelo. No puede evitar sentirse culpable en cierto modo. Sabía que tarde o temprano algo así sucedería. Sus padres, viendo que su hijo no se forja una carrera en Inglaterra quieren que regrese. Se pregunta si su hermano William habrá estado involucrado en esto. Los conoce bien y sabe que entre los cuatro miembros mayores de la familia toman decisiones que afectan a todos, sin importar si se está de acuerdo con ellas o no.
Sabía que este tiempo en el que ha gozado de una cierta libertad solo ha sido tolerado como una cesión, como un pequeño regalo tras su graduación. Pero el problema es que por una vez se ha sentido dueño de su propia vida. Dueño de su hambre, de su miseria, de cada error y acierto cometido de los que solamente a él se le puede encontrar responsable. Por otro lado ha sido educado para honrar a sus padres y devolver los cuidados que a él le fueron dados. Se esforzaron en brindarle una educación y unos valores que hacen que regrese, aún de mala gana, con los suyos.
-No soy un rebelde- piensa.
Aún no lo es.
La llegada
A su regreso siente que, tras de sí, ha dejado a Inglaterra para siempre, pero por un extraño motivo no lo entristece eso tanto como el hecho de perder el modo de vida que allí llevaba. Tan solo su hermana Emilie lo recibe en el puerto en un coche tirado por dos caballos. Es ahora tan alta como él. Lo que comprueba cuando se abrazan. Además percibe en ella una confianza en sí misma que demuestra que nada queda de aquella niña que pedía que la leyera historias infantiles antes de dormir. Y por ello Richard se promete a sí mismo no tratarla como tal. Una vez en marcha, ella no cesa de hacerle preguntas sobre estos últimos años. ¿Cómo es Inglaterra, cómo son los ingleses, el clima, etcétera?
Richard intenta responder a todas las preguntas sin dar más detalles que los necesarios. No precisa su hermana saber sobre lo que hace alguien cuando es joven y se halla lejos de casa, descubriendo aquello que se le ha mantenido prohibido. Cuando Richard pregunta su hermana no parece muy entusiasmada por responder. -Aquí no pasa nada. Y si pasa no nos enteramos. Papá y mamá se han hecho mayores. Elaine también y yo he crecido hasta convertirme en lo que parece ser una hija díscola que solo recobrará la senda de la rectitud a través del matrimonio-. Richard ríe.
-Este lugar, hermanito… no ya el lugar… esta vida que nos han preparado es aburrida. William huyó a Inglaterra a construir otra tal vez igual o más tediosa, Ellaine la acepta con gran amor filial, tu pareces haber regresado a ella sin saberlo y yo la rechazo de lleno, aún con el coste que ello conlleva-
-¿Qué quieres decir? Regreso porque está enfermo y quería estar junto a él, junto a vosotros- -Caíste en una trampa, Rich (su hermana nunca lo había llamado así). Pero tendrás que verlo con tus propios ojos-.
Y ambos permanecen en silencio hasta que llegan a la estación de ferrocarril. Una vez en el tren vuelven a hablar, pero esta vez de asuntos más triviales. A pesar de lo dicho antes, Richard no puede evitar sentir una inmensa alegría por estar junto a su hermana pequeña. Es sin duda el miembro de la familia de quien siempre se sintió más cercano. A la llegada a la casa son recibidos por los sirvientes. Dos jóvenes indios apenas unos años menores que él que lo tratan con gran deferencia. Él se siente un tanto incómodo, tras su estancia en Inglaterra ha perdido la costumbre de tener a subordinados que lleven a cabo ciertas tareas por él. Su hermana se da cuenta y no puede evitar reír.
Cuando su madre lo ve corre a abrazarlo. Su padre, por su parte, le ofrece la mano mientras posa la otra sobre su hombro. En ellos también aprecia el paso del tiempo. Arrugas más profundas, cabellos que antes brillaban parecen ahora más opacos y grises. No puede evitar pensar que esperaba encontrar a su padre convaleciente en la cama, o tal vez con ciertos signos de estar enfermo, pero no percibe cambio alguno excepto los años que han pasado. -No veo a nuestro padre tan mal como esperaba. A juzgar por el contenido de la carta creí que estaría en una peor condición- dice a su hermana cuando esta le acompaña a su dormitorio, que en nada ha cambiado en estos años. Ella ríe de nuevo.
-Te dije que caíste en una trampa. Has regresado tal y como querían. En esta familia todos hemos de cumplir una tarea, y a ti ya te han asignado la que te corresponde.
-¿Y a ti que tarea te corresponde?
-A mi favor juega la edad, pero no por mucho tiempo. Lo que se espera de mi es que contraiga matrimonio con algún hombre de buena familia y posición social con el que engendrar hijos… ¿Y?- dice Richard pareciendo impacientarse.
-Que tal vez sea aún muy joven para saber con exactitud lo que quiero. Pero no lo soy para saber lo que no quiero. Y esa vida es exactamente la que no quiero vivir-.
¿Y si yo tampoco quiero vivir la vida que ellos quieren que viva?-
-Eso dependerá de ti, Rich. Pero ambos tendremos que asumir las consecuencias que traigan nuestras decisiones.
Bombay
Han transcurrido dos años desde su regreso y Richard dirige la oficina de su padre. Este acude a ella de manera esporádica con la excusa de hacerle una visita, pero tanto él como los otros cuatro empleados saben que el verdadero motivo es el de asegurarse que todo funciona de manera adecuada tal y como lo ha estado haciendo durante años. Incluso el cartel de la entrada mantiene el nombre de su padre, como si este aún se resistiera a ceder completamente esa herencia a su hijo. Pero nada de esto hace feliz a Richard. De hecho nunca había sido tan infeliz como lo es ahora. Largas jornadas en un trabajo que detesta para llevar a cabo tareas de las que no se sentirá orgulloso jamás. Su agencia representa los intereses de sus clientes. Y estos son todos ingleses adinerados que amasan sus fortunas gracias a los recursos naturales de la India como el caucho, té o minerales.
Sin embargo, su situación económica ha mejorado notablemente. Gracias a que sus clientes se enriquecen, se enriquece él en menor medida. Y esa riqueza le permite tener acceso a bienes y lujos que no encuentra en modo alguno de su agrado. Por otro lado se encuentra Laura Ashcroft, su prometida, hija de Lord William Ashcroft, diplomático al servicio de la corona británica. Esta lo aburre inmensamente con sus largos monólogos acerca del futuro, de la familia que formarán y de la distribución de lo que será su residencia. Cada vez que ella habla Richard sonríe y mira al vacío. A sus padres, por el contrario, les parece la esposa perfecta para su hijo y la futura madre de sus nietos.
La fotografía del Bombay Gazette
De esta época es la foto en la que aparece vistiendo el uniforme del ejército del Raj británico con el casco debajo del brazo y la mirada perdida. Fue tomada frente a las caballerizas de los Pembroke, de ahí que en ella aparezca un pura sangre en el lado derecho siendo guiado por uno de los sirvientes. Cuando permanece quieto mientras el fotógrafo toma la foto, se pregunta si ha hecho lo correcto al haber accedido a posar con el uniforme. Después de todo él solo está en la reserva y jamás ha empuñado un arma contra enemigo alguno, pero su padre consideró que podía ser positivo para reforzar la imagen de su despacho y de paso el nombre de la familia.
Hay algo en la clase alta inglesa que pudiera a veces hacer creer que sintieran mayor afecto hacia los caballos que hacia las personas. En el caso de la familia Pemberton así sucede; ahora que el cabeza de familia dispone de más tiempo libre puede dedicarse a fondo a la cría y cuidado de caballos. Hacia ellos prodiga más muestras de afecto que hacia sus propios hijos o su esposa, que resignada, sufre la ausencia de un marido que aparece tan solo a la hora de la cena para hablar de caballos.

Cuando la foto apareció en la edición del domingo lo hizo a tamaño pequeño en la parte inferior derecha de la página ocho, acompañada de un breve texto de tres líneas. El incendio de las oficinas del periódico en 1955 hizo que muchos archivos de la hemeroteca quedasen completamente reducidos a cenizas, entre ellos la fotografía que nos atañe. De ahí que sea tan sorprendente el uso que de ella ha hecho un artista plástico.
La obra de arte:
De algún modo, el artista en cuestión ha tenido acceso a esa imagen para reproducirla, a su manera, en una obra pictórica titulada Retrato de un joven inglés. La obra en sí no es sino una muestra de lo que hoy se llama pintura contemporánea y el artista responde al nombre de Luís Elvira. Llamar arte al trabajo de estos autores carentes de gusto y sentido estético se nos antoja un tanto atrevido, pero por algún motivo sus obras tienen gran éxito y se venden por cantidades desorbitadas que permiten a estos impostores llevar una vida de lujos y excesos.
Retomando el cuadro; en él se han recreado objetos y situaciones que no sucedieron, pero que el autor, en un alarde de simbolismo de baratija ha decidido añadir de su parte. En la sección superior derecha podemos apreciar una palmera, cuando jamás existió tal árbol en la propiedad de los Pemberton. Bajo ella, el caballo, pero aquí no ya guiado por nadie sino erguido sobre las patas traseras tal vez en un intento de sugerir la energía y la juventud de la que Richard Pemberton dispone. En declaraciones a los medios especializados y entrevistas concedidas, Luís Elvira ha afirmado en varias ocasiones que en un principio quería dotar al caballo aún de más fuerza y energía. Esto es, pretendía mostrarlo llevado por la excitación sexual con el miembro erecto, pero decidió, por simpatía hacia el joven Pemberton, no hacerlo. Creyó que restaría importancia al protagonista del cuadro.
En la parte izquierda, y en honor a la verdad, hemos de decir que el artista captó el gesto serio de Richard de manera fidedigna. Su mirada parece perdida en un punto lejano. Pero aquí se ha añadido algo nuevo: Una imágen de un fuego dorado del cual se erige una columna de humo blanco, profetizando la experiencia reveladora que tendrá el hijo menor de los Pembroke más adelante.
La iluminación
Si emulásemos a esos escritores y escritoras de libros de autoayuda podríamos afirmar que para llegar a la luz hemos de pasar un periodo sumidos en la más absoluta oscuridad. Y en el caso de Richard Pemberton fue exactamente así como pasó.
Una constante insatisfacción que lo afligía dio paso a un enorme vacío que intentó llenar con alcohol, sexo y opio obtenidos en lugares que resultan ser refugio de otros desesperados como él. Pero también se siente solo entre gente. Y ni siquiera puede recurrir al consejo y complicidad de su hermana Emilie, que se encuentra ahora en París, realizando sus estudios. Pasado un año, su cuerpo da muestras de acusar la falta de sueño y los excesos. Llega tarde al trabajo y a reuniones importantes. Sus empleados hacen lo posible por cubrir su lugar, pero tarde o temprano alguien le hace conocer a su padre el estado de la situación.
La escena es como sigue: una madre llorando, un padre sintiéndose avergonzado del comportamiento de su hijo a quien tanto ha dado. Este, por su parte, mira cabizbajo la palma de sus manos y promete recobrar la razón y obrar de la manera que se espera de él. Durante meses vuelve a ser el hijo que cumple fielmente con el designio impuesto por sus padres pero no puede evitar sentir cargar un gran peso sobre sus hombros y la sensación de transitar por un camino equivocado.
De nuevo necesita encontrar un refugio donde sentirse a salvo de su propia vida, pero esta vez no quiere recaer en ese ciclo de autodestrucción lenta en el que puede verse a sí mismo desde fuera apagándose, consumiéndose poco a poco como una vela, y que al fin y al cabo lo sume de nuevo en una nueva tristeza que no hace que desaparezca la anterior. Esta vez siente la llamada del conocimiento, del saber. Añora los años en los que estudiaba bajo la supervisión de su tutor, leía a filósofos griegos y romanos y aprendía otros idiomas. Pero ahora quiere conocer más el país en el que vive del que nada sabe por haber estado confinado en una isla llamada Gran Bretaña todos estos años. Una isla ubicada dentro de un océano de colores, de gente de piel oscura, de lenguas extrañas y comidas exóticas del que siempre se ha mantenido alejado, a veces por miedo, otras por desconocimiento y la mayoría porque es lo que todo miembro del imperio británico que vive en las colonias hace; mirar con desdén a esa otra cultura semi-civilizada a la cual ha llegado una parte del viejo continente con sus misiones, sus ingenieros, sus hombres de negocios y su ejército, pieza esta imprescindible en este tablero de juego llamado el Raj Británico.
Aprende a leer y escribir hindi y comienza a leer los Upanishads aprovechando cada momento libre que tiene. El siguiente paso que toma es conseguir que su prometida encuentre a alguien más idóneo para ella. No ha querido rechazarla directamente para no decepcionar a la familia de ambos pero ha mostrado una continua falta de interés hacia ella que ha provocado su ruptura. No puede evitar sentir cierta culpa por obrar de tal manera, pero sabe que se harían mutuamente infelices.
Esto no parece agradar a su familia pero le permite disponer de más tiempo que invierte en practicar una serie de ejercicios junto a un hombre de la edad de su padre que conoció a través de una amigo de la familia. Acostumbrado a la práctica de deportes más agresivos esta nueva actividad física le resulta extraña, calmada, pero no por ello menos difícil. Ha de adoptar posturas determinadas durante largo tiempo y controlar su respiración y su pensamiento. Tras cada sesión se encuentra cansado y lleno a la vez de energía. Sus padres recelan de los cambios que observan en su hijo, pero prefieren esto antes que los excesos del pasado, además el rendimiento del despacho no se ha visto afectado por este comportamiento que ellos esperan pasajero
El siguiente cambio afecta a la dieta. Richard decide que debe evitar ingerir todo alimento que implique la muerte de un animal. Su padre dedica más de media hora haciéndole saber lo preocupada que está su madre.
-Los animales están para alimentarnos- dice- así ha sido siempre.
Continua con una férrea defensa de los valores británicos frente a la debilidad de los países colonizados y de cómo estos deberían adoptar la cultura del colonizador y no a la inversa. Y Richard, llevado por cierta ternura ante lo obvio, ante lo claro que se muestra el comportamiento opresivo de sus padres, sonríe y asiente, porque sabe que ya no hay marcha atrás en este camino que ha elegido. Al cabo de un tiempo sus padres han encontrado una nueva candidata para ser su prometida y poder crear así una familia. Así se lo hacen saber e intentan acordar una fecha para concertar la cita entre las familias, pero Richard no puede ya estar más ajeno a esta situación. Siente que navega en una barca que se ha ido alejando poco a poco de tierra firme y se adentra en un vasto océano de incertidumbre, pero esto en lugar de inquietarlo lo otorga una paz y una calma como nunca sintió antes.
Un Jueves, de madrugada, tras su sesión de ejercicios y meditación abandona para siempre la casa de los Pemberton. No volverá jamás a ver a sus padres ni a sus hermanos. Tan solo coincidirá una vez más con su hermana Emilie, pero ambos no serán ya los mismos y se despedirán siguiendo su camino. Deja escrita una carta de su puño y letra en la que agradece a su familia haber realizado todos y cada uno de los actos que llevaron a cabo porque no han sido sino luces que lo han guiado en la oscuridad.
Les desea además una vida plena y feliz y ruega que no intenten averiguar su paradero. Deja de ser quien es para ser otro, no ya hijo o hermano o director de un despacho de abogados. Adopta un nuevo nombre y una nueva vida como yogi, recorriendo el país sin pertenencia alguna. Su madre llora. Su padre, llevado por la ira, hace que el nombre de Richard sea borrado de la historia de los Pemberton prohibe mencionarlo en las reuniones de familia.
Es por ello que ninguna imagen nos ha quedado de él, excepto una fotografía que se quemó en un incendio y el cuadro de un pintor del tres al cuarto.
Luís Elvira-Sierra es poeta y cuentista español que divide su tiempo entre España y Reino Unido. Su poemario titulado Nuevos modos de ser en cocinas diferentes fue publicado en 2019 Lodres por Ediciones El Ojo de la Cultura. Un segundo poemario, Los albañiles del alma, acaba de aparecer en Editorial Cuadranta.