Por Reina Roffé

Políticamente Suramérica está conformada por trece países y ocho de ellos tienen Selva Amazónica en sus territorios. Lo curioso es que la selva no sea un tema tan central en la literatura Latinoamericana, como sí lo fue para quien muchos consideran -acertadamente- el «inventor» del cuento en un continente de cuentistas muy eminentes


Como otros grandes autores de ficciones breves, Horacio Quiroga dio a conocer su “Decálogo del perfecto cuentista” que publicó por primera vez en 1927. Éste contenía diez mandamientos. El primero de ellos reza: “Cree en el maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chéjov- como en Dios mismo”. Ese maestro, objeto de devoción, adquiere para el escritor uruguayo el nombre de los mejores creadores del cuento moderno, aquellos que, con la utilización de novedosas técnicas narrativas, le dieron autonomía propia al género y estipularon, en el siglo XIX, sus características más determinantes.

De Poe, precisamente, Quiroga aprendió a trabajar un elemento imprescindible del cuento de horror: el suspense. Pero algo más: la elaboración de dos tramas en un mismo relato; una superficial, a la vista, y otra solapada, oculta que emerge por sorpresa en las últimas páginas o párrafos de la narración produciendo un efecto revelador, una impresión de impacto total. 

También recibió aportes fundamentales de los otros autores mencionados en su decálogo, que le permitieron explorar las implicaciones de una situación, construir con profundidad el perfil psicológico de los personajes y valerse de la naturaleza y de los animales para dar su visión personal de la condición humana. Dan cuenta de ello sus relatos más conocidos: La gallina degollada , Anaconda y El almohadón de plumas.

Si El libro de la selva de Kipling le facilitó a Quiroga conocer las posibilidades de indagación que ofrece un espacio geográfico fascinante, sus estancias en el nordeste argentino, en la provincia de Misiones -zona selvática por excelencia, de anchos y caudalosos ríos, de altas temperaturas, de víboras ponzoñosas y desastres naturales que abisman en el desamparo y la soledad a sus habitantes- le abrió las puertas a un mundo, como señaló la ensayista Milagros Ezquerro, “cercano al Génesis”, donde todo debía ser creado nuevamente, obsesivamente, con amor y con locura, alternando material realista y fantástico, conjugando verdad y ficción, representando, como lo hizo Quiroga sin descanso, las instancias de la vida y de la muerte desde una perspectiva universalista, pero con una impronta auténticamente americana.

Fue el más argentino de los escritores uruguayos como ha sido definido en numerosas ocasiones. Nació en Salto, Uruguay, hijo de una uruguaya y del vicecónsul argentino en esa ciudad. Su vida, signada por la muerte y por la experiencia en la selva misionera, se colará en sus cuentos hasta convertir vida y obra en una misma materia. Quiroga verá morir a su padre de muerte accidental; a su padrastro, de muerte voluntaria; a Federico Ferrando, su mejor amigo, de un disparo fortuito provocado por él; a su primera mujer, Ana María Cires, que se suicidó tras seis años de matrimonio y dos hijos en común. También el propio escritor se quitó la vida tras saber que estaba enfermo de cáncer. Estos dos elementos, muerte y selva, se aúnan en su libro Cuentos de amor, de locura y de muerte publicado en 1917, es decir, un año después del suicidio de su primera mujer y ya de regreso a Buenos Aires, tras vivir casi una década en el Chaco y Misiones, dos provincias argentinas. 

A lo largo de su trayectoria, dio a conocer buena parte de su obra en revistas y diarios como Caras y Caretas, Fray Mocho, La Nación, La Prensa, El Hogar o Billiken, medios dirigidos a la amplia clase media porteña de entonces. Pero no gozó del reconocimiento de algunos de sus contemporáneos, sobre todo de los martinfierristas, entre los que se encontraba Jorge Luis Borges. Sin embargo, sus relatos siguen una pauta ejemplar, la de su Decálogo que dio a conocer en El Hogar y ha sido “la Biblia” para varias generaciones de escritores.

De las dieciocho ficciones breves que integraban las primeras ediciones de Cuentos de amor de locura y de muerte, dos han trascendido el tiempo y las fronteras convirtiéndose en clásicos de la literatura rioplatense: La gallina degollada y El almohadón de plumas, relatos en los que Quiroga se obedece a sí mismo al respetar uno de los preceptos del Decálogo: “En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia que las tres últimas”.

En La gallina degollada, los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz degollarán como a la gallina del guiso familiar a su pequeña hermana, la única hija no idiota del matrimonio. En éste, como en muchos cuentos del autor uruguayo, la trama evidente convive con la trama oculta hasta su revelador e inquietante desenlace. Lo mismo ocurre en El almohadón de plumas. Cierta banal enfermedad derivará en inexplicable anemia que llevará a la tumba en pocos días a una joven recién casada. El marido y la sirvienta descubrirán con horror la causa de su muerte: un parásito descomunal, escondido entre las plumas del almohadón, le ha chupado la sangre hasta matarla. Considerado un tributo a Poe, autor de cabecera de Horacio Quiroga, este cuento representa el salto del escritor uruguayo entre dos períodos de su producción: uno marcado por el modernismo y otro, el más reconocido, en el que Quiroga suma la tensión dramática de la historia narrada a la carga simbólica con un lenguaje “depurado de ripios” que harán de él un autor único y universal.

Los ocho relatos que componían la primera edición de Cuentos de la selva, que llevaban el título de Cuentos de la selva para los niños, fueron editados en 1918. Tras el suicidio de su primera mujer, Quiroga, ya instalado en Buenos Aires, se dedicó a compilar en libros las narraciones que había dado a conocer en los medios, con la intención de convertirlos en obras de amplia distribución en los colegios. Pero sus Cuentos de la selva para los niños no gustaron a los inspectores escolares que utilizaron argumentos similares a los que Guillermo de Torre y otros críticos habían empleado para desprestigiar al uruguayo: “Los tiempos verbales estaban mal colocados, las repeticiones de vocablos denotaban pobreza y mal gusto”, son algunas frases que el autor vilipendiado reproduce años después en uno de sus escritos. 

Así como el tiempo se encargó de colocar a Quiroga en el lugar que le correspondía -actualmente es considerado como el “inventor” del cuento en América Latina-, el uruguayo también les ganó la batalla a los inspectores escolares de la época, y sus Cuentos de la selva son hoy de lectura obligada tanto en Uruguay como en la Argentina y cuentan con el interés de miles de lectores jóvenes en todo el mundo.

Escritos con un lenguaje directo y sencillo, estos relatos hacen un peculiar recorrido por el mundo animal más desconocido para los niños de ciudad, como el tigre, la tortuga, los yacarés (reptiles de hasta dos metros de largo), los gamos o los coatís, animales que pueblan la selva misionera y son característicos de ese lugar, con su gran cola y su cuerpo de apenas un metro de largo.

Quiroga rescata a través de sus historias el lado más tierno y amable de la selva, donde residió de 1910 a 1916 en una casa construida por él mismo, cuyo techo se derrumbaba continuamente por las fuertes lluvias. Durante esa primera etapa misionera, el escritor vivió de la caza, de la destilación de las naranjas o de la fabricación del yateí, dulce de maní y de miel, y trasladó a sus cuentos las excursiones que realizaba en canoa y a pie con sus hijos Darío y Eglé, convirtiendo en personajes a los animales que la familia tomaba como curiosas mascotas: el cuatí Tutankamón, el venado Dick o el yacaré Cleopatra, al cuidado de su hija Eglé.

Estos cuentos representan el plano más popular de Quiroga y también la aparición de la geografía exuberante de Misiones frente a la llanura de la Pampa, espacio hasta entonces único en la literatura argentina no urbana, que a partir de la obra del escritor uruguayo debió compartir protagonismo con la selva.


Reina Roffé es una reconocida novelista, cuentista, ensayista y periodista argentina. Bonaerense de nacimiento, ha publicado las novelas Llamado al Puf (1973), Monte de Venus (1976), El cielo dividido (1996) y Lorca en Buenos Aires (2016) entre otras. También es autora de Juan Rulfo, Autobiografía armadaJuan Rulfo, biografía no autorizada (2017) y Voces íntimas. Entrevistas con autores latinoamericanos del siglo XX (2021).