Por Juan Manuel Roca

Uno de los poetas más destacados en lengua castellana del siglo xx cumple este año su primer centenario. Y qué mejor que tener a uno de los poetas más queridos y leídos de América Latina evocando y auscultando al tan admirado Álvaro Mutis, su poética y su anarquismo monarquista. Completamos esta exquisita nota con tres cortos poemas del hombre que concibió a Maqroll el gaviero


ÁLVARO MUTIS, LAS TIERRAS BAJAS (Bogotá, 1923-México 2013).

A la par que los paisajes del trópico y de un lenguaje que lo celebra aún en su aspecto más febril y destructivo, la poesía de Álvaro Mutis tiene su veta más atrayente en el hombre que habita en ese clima de derrota: hospitales, hoteles desvencijados, guerreros destinados a la derrota y la muerte, toda una historia clínica del mundo. De un mundo por el que atraviesa la figura mítica y por momentos excesivamente literaria de Maqroll, “el gaviero” que husmea en las heridas del mar y las ciudades, en salas de espera, en cuarteles y estadios, donde el hombre se mira a sí mismo como si estuviera despidiéndose de todo, como si él mismo fuera una despedida.

Cuando Mutis adopta la máscara de Maqroll, cuando se la pone sobre su rostro para despersonalizar su “yo” poético, ya sabemos que vendrán el miedo y el horror a visitarnos. Pero también que en esas dos estancias limítrofes que son como precipicios para el hombre –miedo a lo desconocido y horror de sí mismo- encontraremos una lección de lo que es capaz todo auténtico lenguaje: de hacernos participantes del milagro y el tedio de vivir a un mismo tiempo, de ver cómo la poesía está atravesada por la imaginación, la ficción y la fantasía. Mutis en estas tres materias es uno de los poetas más dotados de nuestro país.

Por la imaginación llega a ese amplio surtidor de imágenes que encabalga en sus poemas. Por su litigio con la realidad, logra crear unas ficciones que fundan una nueva realidad. Por la fantasía pasa de un mundo miserable, agónico y brutal, a la belleza de los trenes devorados por las yerbas y a un amplio catálogo de tesoros encontrados en lugares imposibles.

Mutis vive atento a encontrar aún en los hospitales y en los paisajes visitados por la peste o la malaria, un milagro. En verdad, el milagro suyo está en cómo puede ver belleza en lo terrible, algo que como decía Rilke también está en la naturaleza de los ángeles.

Mutis nos muestra la llaga, la pústula, la miseria humana, todo aquello que en su poema Pregón de los hospitales llama con dureza “el noviciado de la muerte”.

Si el mundo agónico que nos presenta Mutis no estuviera severamente castigado por un lenguaje punzante como un bisturí, cubierto de un fasto verbal que a veces desemboca en letanías pero, sobre todo de un virtuoso cuidado musical, posiblemente terminaría por asfixiarnos en un banquete de catástrofes.

Lo que Fernando Charry Lara llama “los prejuicios de la tradición”, esto es el recetario, las buenas maneras lingüísticas, los temas consabidos y “lo comúnmente calificado como poético”, no entran en la poesía de Álvaro Mutis.

Como Baudelaire o como Lautreamont, el poeta de Los elementos del desastre reúne, a veces en prosa y otras en verso, un concilio de hechos que hermanan la rosa y la herida, el cafetal y “los rincones donde los mendigos/ inventan una temblorosa cadena de placer”, un concilio de luces y sombras del que proviene su permanente misterio.

En su visión del trópico, que por supuesto está emparentada en el lenguaje con el de Saint-John Perse , hay también un entronque con la temática de buena parte de la poesía de su coetáneo Héctor Rojas Herazo, en la que se nos revela, de igual manera y con distintos procedimientos, que todo lo que toca el trópico se vuelve ruina, desastre, tierra de nadie, mundo a punto de ser devorado.

Afirma el mismo Rojas Herazo: “Los elementos del desastre, parece decirnos Mutis en estos cuadros sonoros, son nuestros elementos. Estamos hechos de destrucción y de duda.

A su vez, el poeta y crítico Guillermo Martínez González afirma que “los personajes de Mutis son la antítesis del paradigma heroico, son ordinarios Ulises que han sucumbido en el destierro, marchitos empleados de sórdidas pensiones(…), guerreros carcomidos por el trópico y alucinados por recientes derrotas”.

He vuelto a leer con atención la poesía de Mutis. Durante un tiempo, tiempo de juvenil radicalismo, me molestó una estancia de su poesía, aquella que al unísono con esta herida que es su visión del mundo, sacralizaba a los reyes, festejaba una dinastía de monarcas y que se proclamara monarquista. Ahora creo, a lo mejor, que eso fue un mal chiste suyo hecho a espaldas de Maqroll el gaviero, un aventurero y marino que parece siempre un rey destronado por las fiebres, un reyezuelo de sí mismo que no respeta jerarquías, una especie de anarquista de callejones, un paria de tabernas y de muelles.

Pido disculpas por la infidencia, pero fueron precisamente las declaraciones, la profesión de fe de Mutis en la monarquía, lo que me llevó al intento de un regicidio poético que se llama Epigrama del poder: “Con coronas de nieve bajo el sol/ cruzan los reyes”. Quise, sin conocerlo y con la petulancia de poder mortificarlo, dedicarle el epigrama. Pero preferí no hacerlo pues ya había hecho un tratado de paz con su poesía, con lo dominante de ella: su preocupación por el hombre, por el destino de barro animado que es el hombre, por su eterna falta de armonía, por el exilio que vive en la propia soledad de su cuerpo.

Es curiosa la paradoja de este “monarquista” que por momentos parece tener más un espíritu anarquista. Su poesía es desobediente, insumisa, no pide permiso a nadie para ser. Hay también algo de anarquista en sus declaraciones y ya sabemos que muchas veces somos distintos de lo que creemos ser.

Valga de ejemplo: cuando a Nicolai Gógol, el gran novelista ruso fueron a decirle que su espléndida novela Las almas muertas era la demolición del zarismo, una diatriba contra ese mundo miserable engendrado por los zares de Rusia, el primer sorprendido y molesto fue él mismo, que se creía zarista.

Sirva la digresión para decir que cuando Mutis dice que “nunca he participado en política, no he votado jamás y el último hecho político que me preocupa de veras es la caída de Bizancio en manos de los infieles en 1453”, con todo lo de exageración y mofa que pueda tener su declaración, con todo lo que de humorada y evasión encierra, tiene sin duda un sesgo anarquista.

Ruego al dios de Maqroll que a veces le quitaba “a los ciegos su bastón” (Oración de Maqroll), que me perdone por no creerle del todo su pregonado amor por la monarquía y que si esto fuera verdadero, sus poemas sobre ese tema resultan tan políticos como los de algunos poetas de su otra orilla ideológica, de Nazim Hikmet a César Vallejo, de René Char a Juan Gelman, de Miguel Hernández a Yannis Ritsos.

ya había hecho un tratado de paz con su poesía, con lo dominante de ella: su preocupación por el hombre, por el destino de barro animado que es el hombre,

De manera que si algunos críticos condenan a los poetas libertarios por mezclar ideología y poesía, también podrían empezar a hacerlo con los autores de la estirpe de Mutis. Amén.

Muy otra cosa es su más decantada poesía, la que oscilando entre la descripción narrativa y el lirismo da cuenta de nuestro paisaje. Quizá él, en la compañía indudable de Aurelio Arturo, sea quien mejor ha atrapado nuestra naturaleza.

Hay un poema suyo en Los trabajos perdidos titulado Nocturno, que recomiendo a todo viajero o a todo exiliado colombiano. Abrir un libro suyo en estos versos es recibir una rebanada de paisaje, un olor a humedad y a tierra caliente, como si él mismo fuera una especie de talismán, de documento lírico que desde su raigambre y autenticidad logra hacernos entender que pertenecemos a un lugar, a un paisaje no solo físico sino espiritual. Es un poema sensorial, que entremezcla el olor y el oído con una visión conmovedora de la zona cafetera:

Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales.

Sobre las hojas de plátano,

sobre las altas ramas de los cámbulos,

ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima

que crece las acequias y comienza a hendir los ríos

que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.

La lluvia sobre el zinc de los tejados

canta su presencia y me aleja del sueño

hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,

en la noche fresquísima que chorrea

por entre la bóveda de los cafetos

y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.

Ahora, de repente, en mitad de la noche

ha regresado la lluvia sobre los cafetales

y entre el vocerío vegetal de las aguas

me llega la intacta materia de otros días

salvada del ajeno trabajo de los años. (Nocturno)

Álvaro Mutis en sus propias palabras:

“…olvido así quién soy, de dónde vengo,/ hasta cuando una noche/ comienza el golpeteo de la lluvia/ y corre el agua por las calles en silencio/ y un olor húmedo y cierto/ me regresa a las grandes noches del Tolima”.

§

El deseo

Hay que inventar una nueva soledad para el deseo. Una vasta  soledad de delgadas orillas
en donde se extienda a sus anchas  el ronco sonido del deseo. Abramos de nuevo todas las
venas del placer. Que salten los altos surtidores no importa hacia dónde.
Nada se ha hecho aún. Cuando teníamos algo andado, alguien se detuvo en el camino para ordenar sus vestiduras y todos se detuvieron tras él. Sigamos la marcha. Hay cauces secos
en donde pueden viajar aún aguas magníficas.
Recordad las bestias de que hablábamos. Ellas pueden ayudarnos antes de que sea tarde
y torne la charanga a enturbiar el cielo con su música estridente.

Letanía

Esta era la letanía recitada por el gaviero mientras se bañaba en las torrenteras del delta:

Agonía de los oscuros
recoge tus frutos.
Miedo de los mayores
disuelve la esperanza.
Ansia de los débiles
mitiga tus ramas.
Agua de los muertos
mide tu cauce.
Campana de las minas
modera tus voces.
Orgullo del deseo
olvida tus dones.
Herencia de los fuertes
rinde tus armas.
Llanto de las olvidadas
rescata tus frutos.
Y así seguía indefinidamente mientras el ruido de las aguas
ahogaba su voz y la tarde refrescaba sus carnes laceradas por
los oficios más variados y oscuros.

Ciudad

Un llanto
un llanto de mujer
interminable,
sosegado,
casi tranquilo.
En la noche, un llanto de mujer me ha despertado.
Primero un ruido de cerradura,
después unos pies que vacilan
y luego, de pronto, el llanto.
Suspiros intermitentes
como caídos de un agua interior,
densa,
imperiosa,
inagotable,
como esclusa que acumula y libera sus aguas
o como hélice secreta
que detiene y reanuda su trabajo
trasegando el blanco tiempo de la noche.
Toda la ciudad se ha ido llenando de este llanto,
hasta los solares donde se amontonan las basuras,
bajo las cúpulas de los hospitales,
sobre las terrazas del verano,
en las discretas celdas de la prostitución,
en los papeles que se deslizan por solitarias avenidas,
con el tibio vaho de ciertas cocinas militares,
en las medallas que reposan en joyeros de teca,
un llanto de mujer que ha llorado largamente
en el cuarto vecino,
por todos los que cavan su tumba en el sueño,
por los que vigilan la mina del tiempo,
por mí que lo escucho
sin conocer otra cosa
que su frágil rodar por la intemperie
persiguiendo las calladas arenas del alba.

Este texto es de Galería de Espejos, Una mirada a la poesía colombiana del siglo XX. Primera Edición, Alfaguara, 2012.

Juan Manuel Roca ha publicado más de treinta libros de poesía así como también narrativa y ensayo. Ha sido galardonado como periodista, pero es como poeta que ha ganado tres veces el Premio Nacional de Poesía en Colombia y también los Premios Internacionales de Poesía Casa de Las Américas, Lezama Lima, 2007 y Premio Casa de Las Américas de Poesía Americana, 2009. En el año 2014 recibió un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Colombia. Esta es la página de Poetry International dedicada a Juan Manuel Roca