Por Teo Dunaljo


El 20 de octubre de 1972, durante un recital en la sala de boxeo bonaerense del Luna Park, el cantante de La Pesada y más tarde promotor de rock, Billy Bond, le pide a los espectadores que están en la silleteria barata de los palcos altos que bajen y ocupen el espacio vacío frente a la tarima del escenario. La policía de choque, que estaba ya afuera esperando aún antes de que empezara el concierto, entra al recinto cuando los jóvenes espectadores están saltando las vallas que separan a la platea del centro del recinto. En el momento en que Billy Bond ve la agresividad con que la policía arremete contra los asistentes del concierto les ordena a estos que  “Rompan todo” y según el propio Bond “el sonido que producían las sillas al quebrarse era musical.”

Rompan Todo es la nueva y muy comentada serie en seis partes de Netflix donde se presenta lo que se dice ser la historia del rock latinoamericano pero en realidad es rock hispanohablante pues el también versátil y colorido rock brasileño está completamente omitido. No así, es un documento fílmico y sonoro sin precedentes que posiciona a Netflix, en particular a través de sus documentales, en algo más que meros distribuidores de contenido, los convierte de hecho en comentaristas culturales de nuestros tiempo. 


…el fenómeno del estadio rock se dio primero en Argentina que en Estados Unidos. 

La serie comienza en 1957 con Ricardo Valenzuela, mejor conocido como Ricky Valens, y La Bamba, uno de los testimonios más populares de la cultura chicana y por ende una anticipación al bilingüismo que hoy en día es la realidad demográfica de los Estados Unidos. Lo que puede apreciarse en Rompan Todo es que el rock hispanoamericano es, de manera muy similar a su contemporáneo boom literario, la búsqueda de una identidad cultural, primero regional y luego continental. Vemos como la historia del rock en español es mucho menos una historia derivativa y más una experiencia social y musical paralela a la del rock en inglés. Bandas como Los Saicos produjeron en Lima, en 1964, una música genuinamente punk y en ese mismo año, la agrupación más original de México, Los Locos del Ritmo llenaron el estadio del Racing Club en el barrio de Avellaneda de Buenos Aires. Esa presentación tuvo lugar un año antes que los Beatles, por la gritería, no pudieran escucharse ellos mismos en el Shea Stadium de Queens en Nueva York. Es decir, el fenómeno del estadio rock se dio primero en Argentina que en Estados Unidos. 

Y de la misma manera que Rayuela y Cien años de soledad son escritas en París y Ciudad de México, respectivamente, pero publicadas en Buenos Aires; igualmente el rock en la lengua de Cervantes nace, se produce y se aplaude desde muy pronto en Ciudad de México pero es en Buenos Aires donde se celebra multitudinariamente. Del D.F. salen muy rápidamente los “refritos”, es decir versiones en español de éxitos rocanroleros pero es en la gran capital rioplatense donde no sólo se presentan artistas nacionales como Los Beatniks y Tanguito sino también las agrupaciones del otro extremo de Latinoamérica como Los Teen Tops, Los Locos del Ritmo o Los Rebeldes del Rock.

Geográfica y políticamente hablando, el rock en América Latina es de extremos. Primero, lo que podríamos llamar “la zona rock” es México y el Cono Sur -i.e. Argentina y en menor medida Chile y Uruguay- excluyendo casi enteramente la zona del caribe. Esto es entendible por la influencia tan prevalente en esos países de los ritmos afro-cubanos. Y es que se puede afirmar que el rock es un ritrmo no necesariamente de clase media pero sí de gran urbe y de metrópolis.

Un país como Colombia, por ejemplo, aparece representado por Aterciopelados y muy brevemente por Bomba Estéreo y su líder Simón Mejía. Su banda es una de las últimas y más recientes tendencias del rock: la hibridación de la música electrónica con los ritmos colombianos como la cumbia y el mapalé. Quizá con Bomba Estéreo el momento Macondo le esté llegando al rock en castellano. No por nada David Byrne, ex líder de los maravillosos Talking Heads y un conocedor del rock de nuestro continente, asevera que el futuro del rock es latinoamericano. 

Lo otro -y esto es parte de la narrativa interna de nuestro rock y muy acertadamente también de la serie documental- es que la historia rockera latinoamericana está puntuada por masacres, golpes de Estado, prohibiciones, represiones, atentados terroristas, tragedias, corrupción política y descalabros financieros. No es gratuito que las letras de las canciones de rock en castellano hayan sido -y continúen siendo- de protesta y confrontación y de manera más evidente que en su contraparte anglosajona. Todos los grandes descalabros históricos del continente son presentados cronológicamente: la matanza de Tlatelolco en 1968; la masacre del Halconazo en 1971; el golpe de Pinochet contra Salvador Allende en 1973; la Guerra de Las Malvinas en 1982 y, como consecuencia inusitada, el resurgimiento del rock nacional gaucho con la prohibición de toda música en inglés en las emisoras argentinas.  Rompan Todo también recuerda las bombas de Pablo Escobar en Colombia a finales de la década de los 80 y comienzos de los 90; la aparición el primero de enero de 1994 del Ejército Zapatista de Liberación Nacional  (EZLN) y el asesinato del candidato del PRI -Luis Donaldo Colosio- ese mismo año; así como los descalabros financieros primero en México en 1994 y luego en Argentina con Menem en 2001.


Geográfica y políticamente hablando, el rock en América Latina es de extremos. Primero, lo que podríamos llamar “la zona rock” es México y el Cono Sur -i.e. Argentina y en menor medida Chile y Uruguay- excluyendo casi enteramente la zona del caribe

Es una trágica letanía de crímenes, errores, desaciertos y desencantos, así que los rockeros, sin olvidar por supuesto al resto de la población del continente, tienen de qué quejarse. Quepa resaltar que en el capítulo final, cuando muchos de los entrevistados son cuestionados sobre el futuro del rock, los miembros de Café Tacvba declaran que “mientras haya políticos corruptos habrá música rock.” Esa es una especie de promesa un tanto deprimente a la inmortalidad de este género musical.

Uno de los detalles más reveladores es el de la cercanía no siempre tan aparente entre la llamada “Canción protesta latinoamericana” y el rock hispanoamericano. No sólo la serie incluye varias declaraciones de cantautores como León Gieco, autor del himno pacifista Solo le pido a Dios, si no que a la vez contiene la historia de cómo el legendario Victor Jara, torturado y asesinado por los testaferros de Pinochet tras el golpe de 1973 y quien dos años antes había grabado una gran canción medio psicodélica, reminiscente de The Doors con la banda de rock chilena The Blops. Y al igual que Bob Dylan, Jara fue duramente criticado por los puristas y por el propio Partido comunista Chileno por haberse “electrificado». Esas convergencias entre la Canción Protesta y el rock hispanoamericano no deberían extrañarnos ya que compartían las mismas preocupaciones temáticas y aspiraciones políticas en un continente donde las convulsiones de los que bailan rock es reflejo de su ignominiosa historia.

Y es justamente esa aplastante realidad social del continente la que ha obligado a nuestro rock a crecer rápido. Después de una corta etapa inicial y a diferencia del rock gringo y británico, el rock hispanohablante no tuvo ni tiempo ni espacio para derivar en el entretenimiento. Vemos cómo a mediados de los 60 en Buenos Aires Los Beatniks desde la parte trasera de una pequeña camioneta cantan “Cambiar las armas por el amor y haremos un mundo mejor” sin duda evocando lo que ya pasaba en Vietnam pero anticipando a bandas tan celebradas como The Rolling Stones y su Street Fighting Man o Black Sabbath y el vehemente War Pigs. Después del concierto de Avándaro en 1971, conocido como el «Woodstock mexicano», casi 300 mil personas se congregaron de manera pacífica en el centro del país y ese poder de congregación con los cantos unánimes de “Marihuana, marihuana” y más preocupante aún para el PRI “Tenemos el poder” determinó que el gobierno prohibiera la música rock. Esas prohibiciones gubernamentales se dieron muy pronto en Argentina después del recital de Luna Park en 1972 y en Chile tras el golpe pinochetista de 1973. Naturalmente el rock y su contracultura, particularmente el de esa época, iban a contracorriente de la siempre trillada defensa de los “valores morales y el orden público” mencionado por todo gobierno represivo o toda cachucha militar que ostente el poder. Se buscaba acallar cualquier crítica y el rock era -y afortunadamente sigue siendo con bandas como Instituto Mexicano del Sonido– una de las herramientas más críticas y simbólicas que tenemos.

Otro de los aciertos del documental es el mapeo de la forma en que los rockeros latinoamericanos han podido gradualmente desarrollar su propio sonido con la incorporación de ritmos autóctonos latinoamericanos en su imprenta musical. Pero esto empieza a suceder tan solo en la década de los 90 con agrupaciones como Maldita Vecindad, Café Tacvba o Aterciopelados. Hay que resaltar el papel que jugó el lanzamiento de MTV en castellano en 1993 y su poder de congregación a nivel continental. Sí, aquí hay que agradecerle a una multinacional yanqui ese poder de acercamiento cultural del cual nos beneficiamos. En la actualidad esta hibridación es ya casi la norma y continua muy vigente con grupos como Bajofondo, Bomba Estéreo o Los Cafres.


En las canciones del Indio Solari es como si Leonard Cohen se hubiese sentado a beber brandy con Charles Bukowski.

El preámbulo a la presencia global del reggaeton con temas como Despacito fue la fama de la Soda Stereo del tristemente desaparecido Gustavo Cerati y el culto, por que es mucho más que simplemente seguimiento, del Indio Solari primero son sus Redonditos de Ricota y luego con Los Fundamentalistas de Aire Acondicionado. Ambos son los dos más grandes fenómenos del rock en castellano y ambos son Argentinos. Mas si el primero alcanzó la mayor fama continental de cualquier acto rock y ayudó a establecer de una vez por todas el castellano como una lengua legítima para ese género musical; el segundo es uno de los acontecimientos culturales más singulares de nuestros días. No hay, hasta donde sé, ninguna banda en el mundo que despierte tal devoción entre sus seguidores como la del Indio Solari. A sus conciertos han llegado a asistir hasta 300 mil personas para verlos solo a ellos. No sólo eso, han logrado crear comunidades enteras de viajeros siguiendo a la banda en gira. Verdaderos nómadas del rock, algo que no sucede hoy en día en ningún otro país y con ningún otro artista.

Tanto el genio y la figura que fue Gustavo Cerati así como la devoción mesiánica que genera el Indio Solari tienen un lugar común y es la calidad lírica de sus canciones. Ambos son cantantes con excelente dicción -con ello quiero decir que se les entiende lo que cantan- y buena voz, pero mientras las letras de Cerati pudieron haber provenido del imaginario del tango vía Tanguito y Luis Alberto Spinetta y su legendario grupo Almendra; las metáforas que usa el Indio Solari son realmente sui generis. En sus canciones es como si Leonard Cohen se hubiese sentado a beber brandy con Charles Bukowski. La cantidad tan enorme y furibunda de sus seguidores es producto de las múltiples interpretaciones que a esas metáforas le dan hordas de románticos desilusionados como lo somos todos aquellos que bebemos de las aguas dulces del rock. La adulación del Indio Solari es la de los conversos a un evangelio proclamado con el clamor de la guitarra eléctrica, y en el caso particular de la banda del Indio: de dos.

Como sucede con cualquier antología, los detractores de Rompan Todo se enfocarán en las omisiones más que en su contenido o visión narrativa. Uno de sus productores es el argentino Gustavo Santaolalla y algunos de los actos que él ha promovido como promotor musical encuentran cabida en los seis episodios de la serie. Se podría escribir una nota aún más extensa que ésta sobre a quién se omite o incluye y por qué. El caso es que no ha habido nada como esto en nuestras pantallas y con solo las frecuentes tomas aéreas de Buenos Aires, Ciudad de México. Bogotá, Lima y Santiago se justifica ya sentarse a ver, al menos por unos minutos, esta serie. Y en una especie de perfecto paralelismo con el mundo de la literatura latinoamericana, el último episodio cierra discutiendo la presencia femenina en el rock más actual. Aquellos que no vean la validez de lo que ha hecho Netflix es porque sus prejuicios musicales no les permite escuchar mejor. Son sordos a la extraña música que producen las sillas al romperse.

Siete hitos del rock hispanohablante:

Los Saicos: Demolición – 1964

Sin lugar a dudas, la primera imprenta global del ADN de lo que doce años más tarde se conocería como el género Punk. Mientras The Beatles andaban cantando Love Me Do y I wanna Take your Hand, este cuarteto limeño estaba incitando a demoler las estaciónes de tren y eso que en la capital peruana no hay muchas

Los Locos del Ritmo: Tomas un corazón – 1966


Este es un fantástico «refrito» de la banda inglesa The Sorrows. No así, todo es deleitable en este vídeoclip. Posiblemente sea ese aire de libertad juvenil con la joven presentadora, el ritmo y la extraña pero entretenida coreografía de los músicos e inclusive la presencia de las jóvenes bailando

Los Beatniks: Rebelde – 1966

Es cierto que Bob Dylan tres años antes había compuesto Masters of War pero aún así, Los Beatniks estaban adelantados a sus días. Aquí ellos le cantan a la paz y en contra de la amenza de un ocaso nuclear anticipando a los Stones con su Street Fighting Man o al todavía menos ambigüo War Pigs de Black Sabbath

Victor Jara y Los Blops: El derecho de vivir – 1971

Al igual que a Dylan le gritaron «Judas» en un concierto en Liverpool, al icónico Victor Jara lo criticaron los puristas y el Partido Comunista Chileno por haberse aliado musicalmente con Los Blops y su música «electrónica». Lo intereante es ese sonido casi-californiano, casi de The Doors en la guitarra de Julio Villalobos en especial al final de la canción

Soda Stereo: Sueles dejarme solo – 1990

Con Soda Stereo bien pudimos haber elegido tantas otras canciones pero nos decidimos por esta gran pieza musical de su album Canción Animal. Las imagenes son de su gira de despedida del 2007 en el estadio de River Plate donde Cerati decide hacer algo un tanto inusual: darle palo a su guitara a lo Pete Townshend de The Who. Sobra decir que preferimos mucho más cómo la toca en esta canción y en especial la sección rítmica y el solo

Aterciopelados: Bolero falaz – 1995


Aunque la escena del rock latinoamericano ha estado dominada por Argentina Y México, a mediados de los 90 esta agrupación colombiana irrumpió en el escena continental. Su éxito consistió no sólo en la presencia estelar de Andrea Echeverri y en sus letras a veces traviesas y jocosas si no también en la incorporación de ritmos tradicionales colombianos y latinos como el bolero y el joropo.

Indio Solari: Jijiji – 1986

Derivado supuestamente de un riff del mítico Jimi Hendrix cuando su guitarrista original Skay Beilinson estaba tocando la guitarra en el balcón de la casa del Indio Solari. Se dice que es tema que tiene que ver con la paranoía de las drogas y las situaciones de deriva que su uso y abuso ocasionan. Que quede constancia de la envidia que sentimos al ver a un estadio entero saltando con tanto frenesí.


Teo Dunaljo es crítico, y escritor radicado en Birmingham. Ha publicado en revistas como Crónica Latina y ahora Perro Negro. Es autor del libro de relatos Deja que la luna no salga.