Por Gustavo García
Rebeldía y disidencia son ahora empaquetadas y consumidas como cualquier otro producto. Por ello muchos piensan que la canción protesta está, sino muerta, moribunda. Esta nota nos ofrece una genealogía de ese género musical y una advertencia de las consecuencias de escuchar música por un mero deleite frívolo
Es verdad que el deber del artista es hacia su propio arte; todo artista debe encontrar la belleza o la esencia del espíritu humano, debe interpretar el mundo de tal modo que provoque alguna sensación en su audiencia. Por otro lado, el buen artista es también un ser capaz de persuadir y por este motivo es posible que tenga otro deber, el de promover las causas justas; de hecho, la persuasión es un tema de suma importancia debido a que en buenas manos permite que la verdad prevalezca mientras que en otras conduce a la injusticia o, en el mejor de los casos, a la frivolidad.
En el quinto siglo a.C surgieron unos oradores con ánimo de lucro; la persuasión en sí no era necesariamente su objetivo pero sí la retórica como manera de ganar cualquier discusión. Estos oradores se llamaban sofistas, enseñaban sofismas y el arte de la persuasión a los jóvenes atenienses como atajo hacia el éxito profesional. Esto provocó el desprecio de Platón (428-348 a.C) quien veía en este modus operandi un conflicto con el objetivo superior de los filósofos, es decir, con la búsqueda del conocimiento. Sobre este punto Aristóteles (384-322 a.C) se alejó de su maestro, pues para él la retórica no era un mero truco barato sino una disciplina que podía ayudar a guiarnos a lograr metas honradas. Para Aristóteles la retórica es «la facultad de considerar en cada caso lo que sirve para persuadir» y se logra a través de tres distintos conceptos: el ethos, el pathos y el logos. Los argumentos ligados al ethos apelan a la autoridad y honestidad del orador; el pathos utiliza la emoción como modo de persuadir y el logos recurre a la razón.
Cicerón (106-43 a.C) es tal vez el orador romano más notable que nos ha legado la historia y este se apoya en los principios establecidos por Aristóteles, pero a la vez desarrolla sus propios cánones de la retórica: cinco en total. 1. La invención consiste en el «descubrimiento de argumentos válidos»; 2. el arreglo se refiere a las diferentes partes del discurso; 3. El estilo tiene que ver con el uso del lenguaje; 4. La memoria es necesaria para poder recitar el discurso; 5. La entrega es quizá la más importante ya que sin esta habilidad «un orador de la más alta capacidad mental no puede ser tenido en estima [pero] uno de habilidades moderadas, con esta calificación, puede superar incluso a los de mayor talento.» Supongamos que detrás de cada empeño artístico (discurso, poema, cortometraje, etc.) hay un creador anhelando un público y la aceptación de su obra – lo cual no necesariamente le resta validez – sin embargo el cínico podría beneficiarse de las pautas sofistas, aristotélicas o ciceronianas para fines dudosos. En 2015, por ejemplo, el parlamentario británico Hilary Benn dio un fervoroso discurso bélico que culminó en una ensordecedora ovación por todos los lados de la Cámara de los Comunes: la intención era persuadir a los Miembros del Parlamento de iniciar bombardeos aéreos sobre el pueblo sirio. El portavoz de Asuntos Exteriores comenzó valiéndose del ethos aristotélico para mostrar su supuesta honestidad al halagar a sus contrincantes políticos; empleó hábilmente el pathos para aprovecharse del temor al terrorismo, además utilizó el logos al detallar las resoluciones del Consejo de Seguridad y los artículos de la Carta de las Naciones Unidas que aprobarían dicho ataque. También usó el estilo ciceroniano a través de las preguntas retóricas y el arreglo se vio en su conclusión donde destacó el papel intervencionista del Reino Unido en todas las luchas justas contra el fascismo de antaño. Tan solo en dos breves frases – de un discurso que duró más de once minutos – aceptó que esto implicaría un daño colateral inevitable, es decir, la probabilidad de que inocentes morirían como consecuencia: «…comparto las preocupaciones que ustedes han expresado esta noche acerca de las probables víctimas civiles.» Benn logró persuadir a sus colegas de que este ataque prevendría muertes a largo plazo; las familias de los muertos y damnificados indudablemente escucharon un discurso persuasivo pero injusto.

El filósofo y poeta romano Tito Lucrecio Caro (94-55 a.C) también tenía fines persuasivos cuando compuso su obra De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas) pero su propósito no era fomentar el conflicto sino promover la filosofía epicúrea. Es un poema magistral cuyo contenido principal es la adhesión a la física del filósofo griego Epicuro, específicamente la teoría de que toda materia está compuesta de átomos. Aunque parezca un tema demasiado científico para un poema, la grandeza de esta obra se debe a la pasión, vigor intelectual e imaginación del poeta; Lucrecio quiere persuadirnos de que toda materia es una combinación atómica y que la muerte no es más que la descomposición de dichos átomos: debido a esto, la muerte debe dejar de inspirar miedo, «no es nada en relación a nosotros, porque, cuando nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, nosotros no somos más».
Lucrecio convence a través del logos pero también del pathos: el poeta entiende la importancia de la manipulación de las emociones para persuadir y es consciente de que la prosa científica, repleta de argumentos exclusivamente intelectuales no logra convencer tan fácilmente como las imágenes mentales que nos proporciona la poesía. Es por esto que muy pocos hemos leído una tesis doctoral y también explica por qué Lucrecio se puso a la tarea de inyectarle vida al epicureismo, empleando un buen estilo ciceroniano, con sus recursos retóricos y literarios. En esta obra la poesía es de igual importancia que el contenido, o sea, el mensaje y la manera en que este se expresa están ligados inextricablemente.
Aquí cabe reflexionar sobre la diferencia entre la obra y el mensaje; ¿realmente existe una poesía pura cuya única meta es deleitar con el uso del lenguaje? O quizá todo artista (poeta, creador, orador etc.) realmente intenta aprovecharse del arte persuasivo para promover una idea o mensaje personal. ¿El arte nos tiene que ‘decir’ algo? Sea como sea, siempre se ha producido arte y el psicólogo soviético Vygotsky (1896-1934) nos ofrece su perspectiva sobre lo que esto significa: «cuando dibujo … escribo o realizo algo con arreglo a una imagen dada, no hago más que reproducir algo que tengo delante o que asimilé o elaboré con anterioridad. Todos estos casos tienen de común que mi actividad no crea nada nuevo, limitándose fundamentalmente a repetir con mayor o menor precisión algo ya existente.» Para Vygotsky, copiar lo ya existente no nos satisface porque «el cerebro no se limita a ser un órgano capaz de conservar o reproducir pasadas experiencias, es también un órgano combinador, creador, capaz de reelaborar y crear con elementos de experiencias pasadas nuevas normas y planteamientos. Si la actividad del hombre se redujera a repetir el pasado, el hombre sería un ser vuelto exclusivamente hacia el ayer e incapaz de adaptarse al mañana diferente. Es precisamente la actividad creadora del hombre la que hace de él un ser proyectado hacia el futuro, un ser que contribuye a crear y que modifica su presente.» Para Nietzsche el arte «es el gran posibilitador de la vida, el gran seductor en pro de la vida» y además es la «liberación del conocedor – de aquel que ve y quiere ver el carácter terrible e insondable de la existencia». Para Vygotsky y para Nietzsche, la creación artística tiene un carácter honesto y optimista, es algo que sirve de desahogo para el creador inquieto: es decir, el artista tiene un mensaje o una idea que quiere expresar y es de suponer que la poesía (o el arte en general) no es más que el vehículo por el cual este mensaje se transmite. El buen artista es entonces aquel quien logra persuadir, o al menos hacer que entendamos su perspectiva.
Los recursos retóricos de Lucrecio sumados al ritmo que producen los 7,400 hexámetros dactílicos ayudan a persuadirnos sobre la validez de su mensaje y esto se parece bastante a la labor de los raperos de la actualidad: a diferencia de otros géneros, el rap obliga a que el mensaje del artista encaje dentro de un determinado esquema rítmico. En 2013, el rapero estadounidense Eminen lanza su éxito crítico y comercial Rap God cuyo mayor logro es el deleite que provocan el ritmo, los recursos retóricos y su destreza vocal; estos cumplen una doble función porque el mensaje del que nos quiere persuadir es que él no es el rey sino el dios del género; realmente no es un mensaje de ninguna importancia para nadie más, sólo para él y su ego. No obstante, la noción aristotélica de que la retórica sí nos puede ayudar a alcanzar objetivos nobles es evidente en otros ámbitos, géneros y épocas: por cierto, el rap popular ha ido perdiendo su matiz de rebeldía pedagógica que una vez tuvo con artistas como Public Enemy o KRS One, mientras que el ámbito académico ha producido personajes rebeldes como Ivan Illich, Paulo Freire o Estanislao Zuleta, por ejemplo. Todos han procurado persuadir.
En el campo de la cultura popular de los 1960s en América Latina surgió la ‘nueva canción’, o la ‘canción protesta’, y es aquí donde se ligó el arte de la persuasión con un mensaje social para crear un movimiento en el que las canciones se relacionaban con la política o con algún comentario social. Destacan artistas como Victor Jara, Violeta Parra, Silvio Rodriguez y Mercedes Sosa y esa antorcha fue pasada después a artistas como Ruben Blades y más recientemente a Residente (Calle 13). En la canción protesta, el mensaje no se puede desvincular de su método de persuasión, y en esto se parece bastante a la obra de Lucrecio.
En 1966 Violeta Parra graba Gracias a la vida donde emite un mensaje optimista y a la vez humanista apelando al pathos aristotélico e invocando la emoción de la gratitud a través de la línea anafórica «gracias a la vida que me ha dado tanto» repetida siete veces. La entrega ciceroniana se logra gracias a la voz dulce y profunda con que entona su composición. Cuando canta que la vida «me dio el corazón que agita su marco / cuando miro el fruto del cerebro humano / cuando miro al bueno tan lejos del malo» provoca una reacción emocional al celebrar el potencial intelectual humano mientras contrapone el bien y el mal: trasfondo esencial para el inicio de cualquier lucha justa.
En 1971 Mercedes Sosa graba Me gustan los estudiantes en homenaje a Violeta Parra quien la compuso en 1963; esta canción también recurre a la anáfora y enaltece el potencial humano: «¡viva la literatura!… ¡vivan los especialistas!». Además esta canción se ha convertido en un símbolo de la lucha de los estudiantes porque apuesta por un mejor porvenir gracias a los que no solamente estudian sino que se rehúsan a callar frente a las injusticias sociales: «me gustan los estudiantes / porque son la levadura / del pan que saldrá del horno / con toda su sabrosura / para la boca del pobre / que come con amargura». Esta estrofa también pinta una imagen optimista al comparar el potencial del joven con la levadura que saldrá del horno (de la universidad) para la boca del pobre (en beneficio del pobre) que come con amargura (que sufre). Violeta Parra le da buen uso a las técnicas retóricas para esparcir un mensaje de resistencia y demuestra que el buen arte sí puede tener segundas intenciones, no es el caso que la buena poesía tenga que limitarse al mero deleite que produce el buen uso del lenguaje: también puede intentar persuadir.
Aquí nos podríamos apoyar en el imperativo categórico de Kant (1724-1804) y recordar la frase postulada en 1867 por el filósofo John Stuart Mill: «los hombres malos no necesitan nada más para lograr sus fines, que los hombres buenos miren y no hagan nada». Kant nos manda a obrar «…de tal modo que la máxima de [nuestra] voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal»: o sea, si yo quiero que otros combatan la injusticia, pues yo también debo hacerlo. Para Vygotsky, la creación artística es una actividad proyectada hacia el futuro que trata de modificar algún presente insoportable; esta postura nos ayuda a entender cómo las letras atemporales de Me gustan los estudiantes – compuestas en 1963 – pudieron tener tanta relevancia para los jóvenes manifestantes durante el paro nacional colombiano en 2021. Sin embargo, Vygotsky no logra explicar el silencio de los artistas contemporáneos colombianos: pues ni Juanes, ni Carlos Vives, ni Shakira ni J. Balvin se pronunciaron a favor de la causa. Quizá los compromisos que tienen con sus casas disqueras, o el temor a perder seguidores al declararse partidarios del bando de los desfavorecidos, explica por qué no apoyaron a los jóvenes. Engels (1820-1895) ofrece otra posible explicación: para él el imperativo categórico kantiano exige tanto, es tan difícil, que pierde su potencia y por ende jamás llega a nada real; pero así como Vygotsky no puede explicar el silencio de ciertos artistas, Engels tampoco logra explicar la existencia de la canción protesta y su anhelo por persuadir.
Un referente de la canción protesta podría ser Victor Jara quien, en 1969, grabó una canción de Daniel Viglietti en la cual nos insta a desalambrar el campo, pues «la tierra es nuestra / es tuya y de aquel». Las letras delatan un profundo sentido de injusticia: «si las manos son nuestras / es nuestro lo que nos den» y además resaltan la lucha de clases: «si molesto con mi canto / a alguien que no quiera oír / le aseguro que es un gringo / o un dueño de este país». Sin lugar a dudas, A desalambrar logra persuadir debido a la entrega ciceroniana de su voz apasionada, el estilo que combina anáfora y cuarteta y además el pathos aristotélico que destaca el apuro injusto que sufre el campesinado. Para Nietzsche el artista es un ser rezagado porque «se demora en la fase del juego propio de la infancia» y así es que se instaura «un agresivo antagonismo entre él y sus coetáneos, y un final sombrío». El final de Victor Jara fue realmente sombrío: durante el golpe de estado de 1973 fue torturado y asesinado vilmente por los soldados de Pinochet que respondían a un agresivo antagonismo hacia el cantautor chileno debido a las posturas políticas evidentes en sus canciones persuasivas.
Normalmente el artista se contrapone a otro modo de pensar (como en el caso de Victor Jara) pero también hay situaciones en las que se opone directamente a un contrincante específico, en el mundo del rap este tipo de conflicto artístico se conoce como la tiradera (o el beef): es un intercambio de raps en las que cada artista se vale de sus habilidades para persuadir a la audiencia de su superioridad. En la poesía ocurrió algo similar entre dos poetas separados por casi dos mil años. En la segunda oda de su tercer libro de odas, Horacio (65-8 a.C) – patrocinado por Mecenas para enaltecer a Augusto y el imperio romano – pudo persuadir acerca de la gloria asociada a la guerra cuando compuso su célebre frase «dulce et decorum est / pro patria mori» (dulce y bello es / morir por la patria) y esta noción aún prevalecía al comienzo de la primera guerra mundial. Como tantos jóvenes de la época, el poeta Wilfred Owen (1893-1918) se alistó al ejército británico en 1915 donde pereció faltando sólo una semana para la conclusión del conflicto: sus poemas contrastan con la percepción pública del momento al ilustrar la realidad terrorífica de la guerra – específicamente los ataques con gas – y termina su poema inspirado en su contraposición a Horacio, citándolo: «… si pudieras oír, a cada tumbo, la sangre / vomitada por pulmones de espuma corrompidos, / obsceno como el cáncer, amargo como pus / de viles llagas incurables en lenguas inocentes, / amigo mío, no contarías con tanto entusiasmo / a los niños que arden ansiosos de gloria / esa vieja mentira: Dulce et decorum est / Pro patria mori.» Thomas Mann (1875-1955) comenta que “difícilmente podremos hacernos una idea del estado de dependencia y devoción en que los artistas de los viejos tiempos vivían antes de la emancipación del ‘yo del artista’ que la época burguesa trajo consigo”. Horacio tenía que ajustarse al ideario augustal, Wilfred Owen no. Ambos poetas logran persuadir pero Horacio nos vende una idea funesta mientras que Wilfred Owen, a falta de compromiso económico de cualquier tipo, nos cuenta su verdad sin pelos en la lengua.
En conclusión, hay dos puntos claves: primero, la creación es una actividad intrínsecamente humana que además tiene visión de futuro; y segundo, las capacidades persuasivas de los buenos artistas son contundentes, de hecho son tan contundentes que Platón quiso expulsar a los poetas de su República. Con arreglo al imperativo categórico de Kant, el corolario de estos dos puntos es que cualquier artista o creador debe obrar por el bien común a la hora de percibir la injusticia: como explica Engels, esto es difícil pero aquí radica la importancia de la persuasión. El ejemplo del éxito de Eminem vanagloriándose de ser el dios del rap es un ejemplo del discurso persuasivo conduciendo a la frivolidad mientras que el panegírico de Horacio y el discurso del parlamentario británico urgiendo a sus colegas a votar por la guerra nos recuerdan que la persuasión también puede tener consecuencias nefastas. Tanto el rebatimiento de Wilfred Owen como la canción protesta en general son ejemplos de un ímpetu creativo que busca persuadir al oyente acerca de alguna injusticia percibida. Todo artista anhela la aprobación de su audiencia pero somos nosotros – consumidores de cultura – quienes veremos si apostamos sólo por el mero deleite frívolo o si también optamos – así sea de vez en cuando – por un contenido que busca retar el statu quo y que intenta bregar por un futuro más justo.
Gustavo García reside en Londres, es profesor de lenguas y jefe de departamento. Es licenciado en Civilizaciones Clásicas de la Universidad de Leeds, con una Maestría en Educación. Acabada de completar una traducción al inglés del filósofo colombiano Estanislao Zuleta. Es padre y, al igual que Eduardo Galeano, un futbolista frustrado.