El conocido poeta colombiano resalta la presencia y la obra de cuatro mujeres poetas alemanas del Siglo XX, recopiladas por una de las personas que mejor conoce la literatura de ese país: el filósofo, dramaturgo, poeta y traductor argentino Rodolfo Enrique Modern


Hace mucho las mujeres dejaron de ser musas para ser creadoras y en el rastreo que toca con la Europa del Siglo XX sí que hay muestras de esto. En un libro que hace mucho me acompaña, la antología de la lírica alemana, traducida, seleccionada y prologada por Rodolfo E. Modern, me atrapa nuevamente la voz de cuatro mujeres disruptivas: Nelly Sachs, Else Lasker-Shüller, Marie Luise Kashnitz e Ingeborg Bachmann.

Hay tragedia en Nelly Sachs, alguien que llevaría al plano de sus poemas rasgos de las dramáticas tradiciones que despegan de «La Biblia» y, por supuesto, del holocausto del pueblo judío: «Estamos tan lastimados/ que creemos morir/ si la calle nos arroja una palabra maligna./ La calle no lo sabe,/ pero ella no soporta tal carga;/ no está habituada a ver que se descerraje sobre ella/ un Vesubio de dolores». («Estamos tan lastimados», fragmento de la traducción de Rodolfo E. Modern).

Hay tragedia en la obra de una solitaria mujer del expresionismo, Else Lasker-Schüller, en sus poemas escritos durante el exilio que están untados de una feroz melancolía y una visión desgarrada del mundo: «En casa tengo un piano azul,/ y no conozco, sin embargo, una sola nota». Lasker-Schüler salió de Alemania tras la llegada al poder del nazismo y nunca regresó a su país. Murió en 1945 en Palestina. «Nuestros amigos ya no me entienden porque soy una extraña», expresó en uno de sus más traducidos poemas. La suya es la tragedia de quien se siente extranjera, transitoria inquilina de su cuerpo, en un rasgo que habría de volvérsele obsesivo durante su exilio.

Ya lo decía María Luise Kaschnitz señalando el ámbito trágico de la historia alemana enmarcada en la historia europea: «Este continente arruinado,/ patria de la intranquilidad, del odio entre hermanos,/ de la revuelta, del pecado».

Lo mismo ocurrirá con la poesía de Nelly Sachs. ¿No es la suya tragedia pura, en el sentido griego del canto heroico? Es una lírica que canta con dolor el padecer del pueblo judío a la llegada de Hitler: «los colores sin patria del cielo cuando anochece».

Quizá, como lo expresara uno de los poemas alemanes más estremecedores y más traducidos en el siglo XX, «Fuga de la muerte, Todesfuge» de Paul Celan, habría que recordar que «la muerte es un maestro de Alemania». Y no es que la literatura alemana sea una coral cantando la misma y monocorde tonada, es que hay, más allá de espurios nacionalismos, rasgos trágicos muy germanos en sus letras.

Son innumerables las imágenes vinculadas a la tragedia en toda la lírica alemana. Recordemos a Else Lasker-Schüller, su mirada expósita que veía a la noche como a una reina madrastra. Muchas de sus vigorosas y expresivas imágenes parecen entender a la noche ya no como cobijo y como recinto propicio para el sueño o el festejo, sino como espacio acechante, como una impuesta y oscura potestad, como la caída de un telón en las fronteras del día. Hay en esta expresionista un clima de auto-sacrificio y ofrenda, de un enajenamiento de sí y de los otros: «Cuando golpeaba a la puerta de mi casa,/ era en mi propio corazón».

En todo ese encabalgamiento de angustias y frustraciones, de señales escritas desde el laberinto, se asiste a una persistencia alrededor del sueño y de las utopías, aunque, de nuevo, estas resulten una y más veces trocadas en pesadilla. Que «la demencia es un sueño soñado con todos los sentidos despiertos», afirmaba el espléndido Karl Krauss.

Pudiera colegirse que en algún amplio capítulo de una posible historia universal de la tragedia, las escritoras alemanas llenarían un amplio espacio de tan tormentosa escena. Fueron, al mismo tiempo que corresponsales del sueño, unas severas e incansables estafetas que anunciaban el correo de la muerte, algo que la humanidad ha asociado desde antiguo con el espíritu trágico. Pero también, en muchos casos, fueron quienes más buscaron en los siglos XIX y XX un espacio liberatorio en el sueño de vernos libres de servidumbres.

Si un día, decía Heine, «la libertad tuviera que desaparecer de la superficie del mundo, un soñador alemán la reencontraría en el fondo de sus sueños». En este caso, unas soñadoras. A lo mejor sea esta búsqueda lo que nos recuerde que en todos los ámbitos la libertad sigue permaneciendo amortajada. Acá, una muestra de estas creadoras.

NOSTALGIA
Else Lasker-Schüller (1869-1945)

No conozco el idioma
de este país frío
y no puedo andar a su paso.

Tampoco las nubes que corren
puedo descifrarlas.
La noche es una reina madrastra.

Mis labios alumbran ya
y hablan lo remoto.
Y soy un coloreado libro
de ilustraciones en tu falda.

Siempre tengo que pensar
en los bosques de los faraones
y beso las efigies de mis estrellas.

Pero tu rostro 
teje un velo de llanto.

A mis pájaros relucientes
les extrajeron los corales.

En los setos de los jardines
se petrifican sus blandos nidos.

Quién embalsama 
mis palacios muertos.

Ellos llevaron las coronas
de mis ascendientes,
sus rezos se hundieron.
en el río sagrado.

PAÍS DE NIEBLA (Fragmento)
Ingeborg Bachmann (1926-1973)

Infiel es mi amante,
lo sé, a veces se tambalea
en zapatos de tacos altos
hacia la ciudad,
en los bares besa con la pajilla
a los vasos en la boca
hasta el fondo,
y le acuden palabras para todos.

Pero este idioma no lo entiendo.

He visto el país de niebla.

He comido 
el corazón de niebla.
ESPIRALES
Marie Luise Kaschnitz (1901)

Escribimos sobre un cuero de vaca
más de lo que cabe en un cuero de vaca.
¿Quién irá a leerlo?

Cinco dólares para el que entienda
aún nuestro idioma.

La lluvia escucha
el crepúsculo indiferente,
esto no nos basta.

Al perro se le eriza el pelo,
tiembla, ladra junto al vado,
esto no nos basta.

El soñador se cae del tejado,
se precipitó en espiral.

Una amonita como lápida,
esto basta.

ESTAMOS TAN LASTIMADOS
Nelly Sachs (1891-1970)

Estamos tan lastimados
que creemos morir
si la calle nos arroja una mala palabra.

La calle no lo sabe,
pero ella no soporta tal carga;
no está habituada a ver
que se descerraje sobre ella
un Vesubio de dolores.

Los recuerdos de tiempos
antiquísimos están extirpados
para ella,
desde que la luz se hizo artificial
y los ángeles juegan solo
con pájaros y flores,
o sonríen en el sueño de un niño.

Juan Manuel Roca ha publicado más de treinta libros de poesía así como también narrativa y ensayo. Ha sido galardonado como periodista, pero es como poeta que ha ganado tres veces el Premio Nacional de Poesía en Colombia y también los Premios Internacionales de Poesía Casa de Las Américas, Lezama Lima, 2007 y Premio Casa de Las Américas de Poesía Americana, 2009. En el año 2014 recibió un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Colombia. Esta es la página de Poetry International dedicada a Juan Manuel Roca.